domingo, 19 de abril de 2009

El infinito Galeano. Jaime Avilés

El infinito Galeano

Jaime Avilés

No todos sus lectores saben que Eduardo Galeano en realidad se llama Eduardo Hugues Galeano, o que nació un 2 de septiembre, o que a los catorce años trabajaba como mensajero de un banco donde preparaba café y después lo hervía para provocarle diarrea al director. Tampoco todos sus lectores saben que en aquellos tiempos de 1954, mientras se ganaba el pan como aprendiz de banquero, Galeano comenzó a dibujar cartones políticos que publicaba en El Sol, un periódico socialista de Montevideo, o que los firmaba como Gius , debido a las dificultades fonéticas del apellido galés Hugues, o que de alguna manera creía que su destino era ser artista plástico.

No todos sus lectores saben que en 1959, a los diecinueve años, ante la imposibilidad de ser Eduardo Hugues y expresarse dibujando, y agobiado por la incapacidad de escribir, pues nada deseaba más ardientemente que tejer ideas e historias con palabras, Galeano se encerró en un hotel de la calle Río Branco de Montevideo y se tragó puños de veneno “como para matar un caballo”, o que despertó varios días más tarde en la sala de presos del hospital Maciel, con la piel quemada, él mismo lo confiesa, “por el ácido de las meadas y la mierda que el cuerpo había seguido echando por su cuenta, mientras yo dormía mi muerte en el hotel”.

No todos sus lectores saben estas cosas porque forman parte de Días y noches de amor y de guerra, de todos sus libros mi favorito, aunque sea también el menos conocido en México, a juzgar por su corto número de reimpresiones en Ediciones Era (iban once en 2005), que no son nada comparadas con las que han acumulado a la fecha su temprano clásico, Las venas abiertas de América Latina, los tres tomos de Memoria del fuego, El libro de los abrazos y El futbol a sol y sombra.

Por todo lo anteriormente expuesto y actuado, muchos de sus lectores mexicanos ignoran que, al volver a la vida en aquel hospital, Galeano pensó que estaba en un mercado de Calcuta. “Veía tipos medio desnudos con turbantes, vendiendo baratijas. Se les salían los huesos, de tan flacos. Estaban sentados en cuclillas. Otros hacían danzar a las serpientes con una flauta.”

Pero no fue sino a raíz de aquella experiencia, aquel terrible rito de paso, del que salió “con los ojos lavados” para volver a mirar el mundo por primera vez, cuando descubrió algo fundamental para él como artista y para nosotros sus lectores, que nos beneficiamos de su trabajo: dejó atrás al dibujante Gius y al adolescente Hugues, para convertirse en Galeano. En Días y noches de amor y de guerra lo relata así: “Entonces pude escribir y empecé a firmar con mi segundo apellido, Galeano, los artículos y los libros.” Aunque sólo dieciocho años después, desterrado en Cataluña con su Helena propia, agrega, “me di cuenta de que llamarme Eduardo Galeano fue, desde fines de 1959, una manera de decir: soy otro, soy un recién nacido, he nacido de nuevo”.

LOS DÍAS Y LAS NOCHES

Días y noches de amor y de guerra apareció en 1978, bajo el sello de la editorial Laia, que en catalán significa eulalia, que en griego se traduce como “la bien hablada” o la que tiene “buena lengua”. Eduardo y Helena habían escapado de Argentina a finales de 1976 o muy al principio de '77, eso no lo tengo claro, pero no me cabe duda alguna de que si se hubieran quedado un poquitito más habrían corrido la suerte de Haroldo Conti y de Rodolfo Walsh, y de las 30 mil personas que la dictadura de Videla desapareció y asesinó, mientras la dictadura de Pinochet borraba del aire y de la luz a 5 mil chilenos, y la dictadura uruguaya hacía lo propio, en menor escala, toda proporción guardada, con sus mejores ciudadanos.

Texto completo La jornada

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