lunes, 24 de octubre de 2011

La cosa más importante del mundo Noami Klein

La cosa más importante del mundo
Naomi Klein



Si algo sé, es que el uno por ciento ama una crisis. Cuando la gente entra en pánico y está desesperada, y parece que nadie sabe qué hacer, es el momento ideal para lograr que se apruebe su lista de deseos de políticas pro empresariales: privatizar la educación y la seguridad social, recortar los servicios públicos, deshacerse de las últimas restricciones al poder empresarial. En medio de la crisis económica, esto es lo que actualmente sucede en todo el mundo. Sólo hay una cosa que puede bloquear esta táctica, y, afortunadamente, es grande: el 99 por ciento. Y ese 99 por ciento está tomando las calles, desde Madison hasta Madrid, para decir: "No, no pagaremos tu crisis".
Esa consigna comenzó en Italia, en 2008. Rebotó en Grecia y Francia e Irlanda, y finalmente llegó a la milla cuadrada en la que la crisis empezó. "¿Por qué protestan?", preguntan los perplejos expertos en la televisión. Mientras, el resto del mundo pregunta: "¿Por qué se tardaron tanto?", "Nos preguntábamos cuándo iban a aparecer". Y, sobre todo dice: "Bienvenidos".

Mucha gente hace paralelismos entre Ocupa Wall Street y las llamadas protestas contra la globalización, en Seattle, en 1999, que atrajeron la atención mundial. Esa fue la última vez que un movimiento descentralizado, global y encabezado por jóvenes, apuntó directamente contra el poder empresarial. Y me enorgullece haber sido parte de lo que llamamos "el movimiento de movimientos".

Pero también hay importantes diferencias. Por ejemplo, elegimos a las cumbres como nuestros blancos: la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional, el G-8. Las cumbres son transitorias por naturaleza, sólo duran una semana. Eso hizo que nosotros también fuéramos transitorios. Aparecíamos, llegábamos a los titulares mundiales, y luego desapareceríamos. Y, en el frenesí del hiperpatriotismo y militarismo posterior a los ataques del 9/11, fue fácil borrarnos del mapa, al menos en Norteamérica.

En cambio, Ocupa Wall Street eligió un blanco fijo. Y no ha puesto fecha límite a su presencia en este lugar. Eso es sabio. Sólo cuando te mantienes fijo puedes echar raíces. Esto es crucial. Es un hecho, en la era de la información, que demasiados movimientos brotan, como hermosas flores, pero rápidamente mueren. Es porque no tienen raíces. Y no tienen planes de largo plazo de cómo se van a sostener. Cuando llegan las tormentas, el agua se las lleva.

Ser horizontal y profundamente democrático es maravilloso. Estos principios son compatibles con el duro trabajo de construir estructuras e instituciones que sean lo suficientemente robustas para que puedan sobrellevar las tormentas que vienen. Tengo mucha fe en que esto pasará.

Algo más que este movimiento hace bien: se comprometieron con la no violencia. Se rehúsan a darle a los medios las imágenes de ventanas rotas y luchas callejeras, que tanto anhelan. Y esa tremenda disciplina ha implicado que, una y otra vez, la historia sea la deplorable y no provocada brutalidad policiaca. De la cual vimos más todavía el miércoles (día 5) por la noche. Mientras, el apoyo a este movimiento crece y crece. Más sabiduría.

Pero la gran diferencia, tras una década, es que en 1999 nos enfrentábamos al capitalismo en la cúspide de un frenético auge económico. La tasa de desempleo era baja, las carteras de acciones tenían un alto valor. Los medios estaban borrachos de dinero fácil. En aquel entonces se trataba de comenzar negocios, no cerrarlos.

Hicimos notar que la desregulación detrás del frenesí tenía un precio. Era dañino a los estándares laborales. Era dañino a los estándares medioambientales. Las empresas se volvían más poderosas que los gobiernos y eso era dañino para nuestras democracias. Pero, para ser honesta con ustedes, mientras fueran buenos tiempos, enfrentarse a un sistema económico basado en el egoísmo era una tarea difícil, al menos en los países ricos.

Diez años más tarde, parece que ya no hay países ricos. Sólo un montón de gente rica. Gente que se enriqueció saqueando la riqueza pública y agotando los recursos naturales en el mundo.

El punto es que hoy, todos pueden ver que el sistema es profundamente injusto y se sale de control a toda velocidad. El egoísmo sin restricciones ha destrozado la economía global. Y también está destrozando al mundo natural. Sobrepescamos nuestros océanos, contaminamos nuestra agua con la fracturación hidráulica y las perforaciones en aguas profundas, nos enfocamos en las formas más sucias de energía en el planeta, como las arenas bituminosas de Alberta. La atmósfera no puede absorber la cantidad de carbono que le metemos, con lo cual creamos un peligroso calentamiento. El nuevo modelo de lo normal son los desastres en serie: económico y ecológico.

Estos son los hechos. Son tan evidentes, tan obvios, que es mucho más fácil conectarse con la gente de lo que era en 1999, y construir rápido el movimiento.
Todos sabemos, o al menos intuimos, que el mundo está de cabeza: actuamos como si no tuviera fin lo que en realidad es finito: los combustibles fósiles y el espacio en la atmósfera para absorber sus emisiones. Y actuamos como si hubiera estrictos e inamovibles límites a lo que abunda: los recursos financieros para construir el tipo de sociedad que necesitamos.

La tarea de nuestro tiempo es darle la vuelta a esto: retar esta falsa escasez. Insistir en que tenemos los recursos como para construir una sociedad incluyente y decente, y al mismo tiempo respetar los verdaderos límites que la Tierra puede aguantar.

El cambio climático implica que tenemos una fecha límite para hacerlo. Esta vez, nuestro movimiento no puede distraerse, dividirse, agotarse y ser borrado del mapa por los acontecimientos. Esta vez tenemos que triunfar. Y no hablo de regular los bancos e incrementar los impuestos a los ricos, aunque eso es importante.

Me refiero a cambiar los valores subyacentes que gobiernan nuestra sociedad. Eso es difícil de acomodar en una sola demanda, amigable para los medios. Y también es difícil resolver cómo hacerlo. Pero, no por ser difícil se vuelve menos urgente.
Eso es lo que veo que ocurre en esta plaza. En la manera en que se alimentan unos a otros, se dan calor unos a otros, comparten información libremente y se proveen de servicios de salud, clases de meditación y talleres. Mi letrero favorito aquí es: "Me importas". En una cultura que entrena a la gente a evitar la mirada del otro, a decir, "deja que se muera", eso es una declaración profundamente radical.

Peleamos contra las más poderosas fuerzas económicas y políticas del planeta. Eso asusta. Y conforme este movimiento crezca, de fortaleza en fortaleza, asustará cada vez más. Siempre estén concientes de que habrá la tentación de cambiar de blanco, a uno más chico, como, por ejemplo, la persona a tu lado. No caigas en la tentación. Esta vez, tratémonos como si planeáramos trabajar uno al lado del otro, en la lucha, durante muchos, muchos años. Porque la labor que tenemos ante nosotros demanda nada menos que eso.

Tratemos a este hermoso movimiento como si fuera la cosa más importante en el mundo. Porque lo es. Realmente lo es.

(Este texto es el discurso que dio el pasado 6 de octubre en la Plaza Libertad, ante los participantes en Ocupa Wall Street. Fue publicado en el periódico que editan los manifestantes, The Occupied Wall Street Journal.)

Traducción para La Jornada: Tania Molina Ramírez.

domingo, 16 de octubre de 2011

"Sitiado en la epidermis"

“Sitiado en mi epidermis”

Una cultura superior sólo puede surgir ahí donde haya dos castas distintas

en el seno de la sociedad: la casta del trabajo forzado y la del trabajo libre.

Federico Nietsche

El desarrollo tardío del capitalismo alemán incuba un pensamiento social que rompiendo con el liberalismo descree en la igualdad de los hombres ante la ley, emprende una crítica de derecha a la democracia y propone una visión imperial y racista de la historia, que desde el último cuarto del siglo XIX funciona como justificación del orden neocolonial y coartada a la contrahechura del moderno imperialismo. Retomado por Chamberlain y Rosenberg este pensamiento dotará de ideología al Tercer Reich.

La renovada teoría de la desigualdad de las razas viene de Joseph Arthur Gobineau, quien a mediados del siglo XIX sostenía que: “No eran susceptibles los pueblos asiáticos de ser civilizados. Hubo que contentarse con obligar a sus individuos a realizar un trabajo útil, como máquinas animadas”. Neorracismo que combina el reconocimiento de la globalización capitalista con el darwinismo social. Ideología que emplea teorías discriminatorias sobre la etnicidad para legitimar el sojuzgamiento imperial de la periferia y justificar el trabajo forzado, chocante quizá para el capitalismo teórico pero imprescindible para la acumulación periférica que se despliega en contextos de demanda laboral estacional, fuerza de trabajo escasa y persistencia de la comunidad agraria.

Negros, amarillos y cobrizos fueron lo que René Depestre llamó “combustible biológico” de ultramar que alimentó a distancia la segunda revolución industrial: hule para llantas y correas de transmisión, sisal para engavillar, cobre para los conductores eléctricos... Las “razas de color” fueron también las “máquinas animadas” ocultas tras los lujos metropolitanos: muebles de caoba, enervante café endulzado con azúcar de caña, delicado chocolate, tabacos aromáticos.

La buena conciencia de Europa y de sus representantes periféricos necesitaba una teoría que justificara la racialización de las relaciones laborales. Surge así la imaginería del imperialismo, el sistema simbólico de la colonización: un orden de ideas con pretensiones de cientificidad que somatiza las relaciones sociales, que epidermiza la explotación.

“El fetichismo de la epidermis es un hijo político del capital”, ha dicho René Depestre, y si en Europa la arrogancia aria transmutada en antisemitismo diezmó a un pueblo “de razón”, el racismo colonial está detrás del otro gran etnocididio cuyas víctimas son los hombres “de color”: el holocausto de los “naturales”, la sistemática aniquilación de coolis, felahs, negros, indios americanos y demás calibanes, consumidos en las hogueras laborales del imperio, en los campos de concentración que son las minas, monterías y plantaciones tropicales, en los hornos crematorios de ultramar.

“La inversión de capitales se desfigura en esclavitud”, sostiene el periodista Ángel Pola, en 1885, al denunciar el peonaje por deudas y el enganche forzoso en fincas y monterías del sureste mexicano. Para contrarrestar esta crítica y otras posteriores, Porfirio Díaz patrocina “expertos” extranjeros que deben justificar el estado de cosas imperante. Uno de ellos es el sociólogo alemán Otto Peust, quien en 1903 realiza para el gobierno un viaje de estudios por el sureste. Tanto gustan sus juicios que es incorporado a la administración y en los últimos años del régimen funge como director del Departamento de Agricultura de la Secretaría de Fomento, desde la que expone su ideario en un folleto publicado en 1911:

“Las razas se dividen desde el punto de vista económico (no etnológico) en tres grupos principales. El primero comprende los pueblos de raza caucásica única que ha pasado del gremio agrario al manufacturero del cual a salido la industria transformadora en gran escala. El segundo grupo compuesto preferentemente de la raza amarilla, sólo ha formado el gremio agrícola y manufacturero, pero parece capaz de imitar el régimen industrial capitalista, como los japoneses chinos, etc. El tercer grupo comprende la mayoría del los pueblos indígenas del África, de América, de gran parte de Asia, etcétera, y dispone de un grupo tan reducido de hombres enérgicos y perseverantes que sólo ha logrado formar el gremio agrícola. Los individuos de este grupo parecen incapaces de imitar; como los del segundo, la producción capitalista. En relación con el grado de inferioridad de una raza (...) los individuos que la forman resultan por su propia naturaleza, trabajadores libres, obligados o esclavizados”.

Declaración de principios que le permite entrar de lleno en la problemática laboral mexicana:

“La escasez de obreros en México, no reviste pues como en Europa, un carácter puramente económico, sino que depende de la índole de la mayor parte de su población nativa. La cantidad reducida de individuos activos y constantes es insuficiente para proporcionar a la agricultura los obreros necesarios. No queda otro recurso que tratar de afrontar decididamente el problema utilizando la población rural existente de acuerdo con su índole”.

¿Pero, cómo utilizar conforme a su índole a una población desidiosa?

“La necesidad que se reconoce y practica generalmente, de quitar a una población indolente las tierras que no aprovecha, tiene como correlativa la de imponer a los nativos inertes cierta obligación al trabajo, no obstante las teorías que sostienen algunos académicos humanitarios obstinados en perpetuar los conceptos jurídicos del siglo correspondiente a la raza caucásica”.

He aquí una ceñida descripción del capitalismo contrahecho realmente existente. Sin eufemismos liberales, Peust exhibe la igualdad ante la ley como ilusión de la fase “caucásica” del capitalismo; apariencia transitoria transmutada en trabajo forzado en cuanto el sistema se globaliza. Con rigor sociológico demuestra que en un contexto de escasez de brazos y persistencia de comunidades agrarias –de naturaleza “indolente”– la implacable lógica de la acumulación produce enganchados, acasillados o felahs, y concluye, contundente, que en su fase superior y mundializada, el capitalismo deviene un nuevo esclavismo. En México, donde los indolentes son mayoría pues no se les exterminó a tiempo, uncirlos al trabajo –así sea contra natura– es hazaña del progreso.

La minusvalía racial de los mexicanos “naturales” no es ocurrencia de tecnócratas importados sino convicción de los autóctonos “científicos” porfiristas. Dicen que en sus últimos años el general nacionalista que fuera terror de los franceses se talqueaba la cara en un intento de blanquear su piel de mixteco. Verdad o no, lo cierto es que don Porfirio sí quería blanquear al país. Aniquilar o transterrar a los yaquis broncos, aplastar los rescoldos mayas de la “guerra de castas”, atraer agricultores extranjeros para colonizar zonas indígenas, poner a la fuerza pública al servicio de la captura y traslado al sur y sureste de trabajadores enganchados, solapar la esclavitud por deudas y los castigos corporales son aspectos de una política racista que veía en la resistencia y rebeldía de los indios una disrupción del orden, un obstáculo para el progreso.

La justificación de la esclavitud laboral de los naturales no deriva de la arrogancia del blanco colonizador ni del presunto complejo de inferioridad del mestizo. El racismo es la cara obscura de la mundialización capitalista y se impone por la fuerza de las cosas. A muchos mexicanos indignaba el maltrato del indio y había finqueros compadecidos y hasta compañías trasnacionales dispuestas a cambiar el cepo y los azotes por buenos sueldos. Pero el trabajo forzado se sobreponía a las buenas intenciones. El que la mercancía fuera el hombre y no sólo su fuerza de trabajo, no era ocurrencia de administrador, íntima crueldad finquera o perversión ideológica del gran dinero, sino una necesidad objetiva de la acumulación colonial. El comercio humano en plenos siglos XX y XXI responde a la racionalidad del capitalismo realmente existente; la esclavitud moderna es una relación de producción somatizada

Pero es también un imaginario: sistema de ideas y prejuicios que justifica la ignominia. Así lo describe el novelista Joseph Conrad, quien fuera marino en el ultramar colonial: “Aquellos hombres miraban cuanto se refiere a la vida de los indígenas como una mera exhibición teatral de sombras: una representación en medio de la cual podía pasar la raza dominante completamente indiferente, siguiendo en la persecución de sus incomprensibles fines”.

El racismo colonial moderno es un mecanismo de opresión y explotación, una estructura material sobre la que se edifica un orden espiritual que impregna también a quienes no lucran directamente con las supuestas jerarquías étnicas. Hay entonces, un racismo ligth que no saquea ni violenta a los hombres “de color”, simplemente le son indiferentes, impenetrables, gente de otra dimensión.

Borrosos, fantasmales, los “salvajes” pueden ser odiados o temidos, pero son siempre seres espectrales, sombras inasibles. Espejo empañado por el vaho de la culpa colonial, neocolonial y poscolonial, las humanidades “otras”: los negros, los rojos, los amarillos y los cobrizos somos rebaños insondables, socialidades esotéricas y escarnecidas, espejos trizados donde los “occidentales” temen reconocerse.

Taxto Original
http://www.jornada.unam.mx/2011/10/15/cam-epidermis.htmlhttp://www.jornada.unam.mx/2011/10/15/cam-epidermis.html


Unidos por una Democracia Global


Unidos por la Democracia Global


El 15 de Octubre, unidos en la diversidad, unidos por un cambio global, exigimos democracia global: gobierno global por el pueblo, para el pueblo. Inspirados por nuestras hermanas y hermanos en Túnez, Egipto, Libia, Siria, Bahrein, Palestina-Israel, España y Grecia, llamamos también por un cambio de régimen: un cambio de régimen global. En palabras de la activista india Vandana Shiva, hoy pedimos reeemplazar el G8 por toda la humanidad, el G 7.000.000.000.

fotomontaje15O

Comunicado Global del 15 de octubre

Las instituciones internacionales no democráticas son nuestro Mubarak global, nuestro Assad global, nuestro Gadafi global. Incluyen el FMI, la OMC, los mercados globales, los bancos multinacionales, el G8/G20, el banco central europeo y el Consejo de Seguridad de la ONU. Como Mubarak y Assad, admitirse que estas instituciones dominen la vida de los pueblos sin su permiso. Todos nacemos iguales, ricos o pobres, mujeres u hombres. Todo africano o asiático es igual a todo europeo o africano. Nuestras instituciones globales deben reflejar esto, ser derrocadas.

Hoy, más que nunca, las fuerzas globales modelan la vida de los pueblos. Nuestros trabajos, salud, vivienda, educación y pensiones son controladas por bancos, mercados, paraísos fiscales, corporaciones y crisis financieras. Nuestro entorno es destruido por la polución en otros continentes. Nuestra seguridad está determinada por guerras internacional y el comercio internacional de armas, drogas y recursos naturales. Estamos perdiendo el control sobre nuestras vidas. Esto debe parar. Esto parará. Los ciudadanos del mundo deben de tomar el control sobre las decisiones que les afectan a todos los niveles, desde lo global a lo local. Esto es la democracia global. Esto es lo que pedimos hoy.

Como los zapatistas mexicanos, decimos “¡Ya basta. Aquí el pueblo manda y el gobierno obedece!”. Como las plazas tomadas en España decimos “¡Democracia Real Ya!”. Hoy llamamos a los ciudadanos del mundo: ¡Globalicemos la Plaza de Tahrir! ¡Globalizemos la Puerta del Sol!

Página de FB: http://www.facebook.com/pages/United-for-Global-Democracy/281998261825102

Discusión en Twitter en el hastag #globaldemocracy.




martes, 11 de octubre de 2011

Martí Batres en el campamento de Mexicana de Aviación

Andrés Manuel López Obrador #AMLO en Washington, D.C.


* Discurso de Andrés Manuel López Obrador en el ciclo de conferencias Diálogos con México, que organiza el Centro Internacional Woodrow Wilson

Buenos días. A pesar de que a lo largo de la historia, las relaciones entre México y Estados Unidos han sido difíciles y complejas, también ha habido periodos de entendimiento y cooperación para el desarrollo. Recordemos la relación de respeto y comprensión cuando la expropiación petrolera entre los gobiernos de Franklin Delano Roosevelt y el General Lázaro Cárdenas del Río. O durante la Segunda Guerra Mundial cuando México ayudó a Estados Unidos a satisfacer su necesidad de materias primas y mano de obra mediante el convenio laboral del programa “Bracero”. En los años cincuenta, México fomentó su industria, lo cual requirió de bienes de capital y tecnología de los Estados Unidos. En los sesenta, se iniciaron en México los programas para el desarrollo de la zona fronteriza norte, aprovechando el creciente intercambio comercial con nuestro vecino. Al mismo tiempo, el crecimiento de nuestro mercado interno resultó atractivo para las empresas estadounidenses que abrieron filiales e invirtieron en México.

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Agradecemos al Woodrow Wilson Institute en Washington, D.C para la obtención del material.

lunes, 3 de octubre de 2011

Los Indolentes (1977) Director José Estrada


Sinopsis:
Tras el despojo de su hacienda "La Esperanza" debido a la reforma agraria de Lázaro Cárdenas, la familia Alday vive encerrada en una casona que se cae de vieja a pedazos. Mientras que el joven Rosendo trata de acomodarse a la cruel realidad, su madre y su abuela se resisten a aceptar que han caído en la miseria. Lo más terrible es que ninguno de los tres está dispuesto a hacer nada por recuperar su antigua prosperidad.

Andrés Manuel López Obrador #AMLO #Morena AC


Amigas y amigos:

Ya se hizo, pero inicio mi intervención recordando en homenaje a los jóvenes del 68 y a todas las víctimas de la represión

Amigas y amigos:

Primero agradecerles por su presencia, a ustedes, a los que ya no pudieron ingresar a este Auditorio, agradecerles por su apoyo, por su perseverancia y por su respaldo durante mucho tiempo, para llegar a este día, en que vamos a constituir el Movimiento Regeneración Nacional (MORENA) como asociación civil.

Los aquí presentes y muchos mexicanos más de todo el país, hemos venido construyendo, desde abajo y con la gente, el Movimiento Regeneración Nacional.

Este proceso inició luego del fraude electoral del 2006, cuando decidimos no rendirnos, no claudicar y seguir luchando hasta lograr la transformación de la vida pública de México.


Discurso completo Texto