sábado, 13 de junio de 2009

"La buena vida nos está volviendo muy egoístas"


"Todos los días observo que cada vez estamos más solos, perdemos solidaridad, valores, el significado del amor...", afirma Yesim Ustaoglu, directora y guionista turca.
Nacida en Kars en 1960, Yesim Ustaoglu ejerció como arquitecta antes de dedicarse al cine. Tras ser premiada con sus primeros cortos, debutó en el largometraje en 1994 con The Trace. Después siguieron Journey to the Sun —Premio a la mejor película europea en Berlín y Gran Premio del Jurado en Valladolid 1999— y Waiting for the Clouds, Premio NHK al mejor realizador internacional en Sundance 2003. Recientemente hablamos con ella en Madrid sobre su nueva película, La caja de Pandora, que ganó la Concha de Oro y la de Plata a la mejor actriz (Tsilla Chelton) en el Festival de San Sebastián 2008.
¿Según usted, cuál es el tema principal de su película?En ella hablo sobre la modernidad y la tradición, sobre los seres humanos que se buscan a sí mismos, y no saben muy bien quiénes son realmente. En Turquía, hoy domina lo moderno, lo occidental. Yo vivo en Estambul, una ciudad de 15 millones de personas, que buscan sus oportunidades y se enfrentan a muchos desafíos, incluida la lucha de clases.
O las inmensas diferencias generacionales...Así es. En la familia protagonista, la abuela es la persona con más sabiduría, y la más pura, aunque de alguna manera sea una fugitiva. Los componentes de la siguiente generación, todos de mediana edad, tienen sus vidas demasiado establecidas. Y la nueva generación busca el sentido a la vida, y también se convierte en fugitiva de la situación que le rodea. Es una familia sencilla, como la que se puede encontrar en cualquier parte del mundo. Yo quería escribir sobre lo que había observado entre la gente y las familias.
Sorprenden sus duras críticas a la sociedad turca actual.Es cierto que mi película es muy crítica con la sociedad turca actual. Todos los días observo que cada vez estamos más solos, perdemos solidaridad, valores, el significado del amor... La “buena vida” —entre comillas— nos está volviendo muy egoístas. Estamos pagando un alto precio por ese deseo; nos cuesta mucho trabajo y nos hace olvidar el auténtico significado de la vida. Desgraciadamente, las cosas sencillas se están perdiendo, mientras aumentan los enfrentamientos y la agresividad. Quería abordar todos esos temas sin caer en complacencias.
¿Por qué casi no afronta la religiosidad de los personajes?No podía abarcar todo, ni me sentía capaz de delimitar la influencia en Turquía del islam y las demás religiones. Me interesaba más el contraste entre la clase media de las ciudades y la del campo, como la abuela, que vive en una zona donde todo es más sencillo que en las grandes urbes. Quería mostrar la creciente distancia entre esos dos mundos, como si no tuvieran nada que ver.
De todas formas, aunque usted no asume una mirada explícitamente espiritual, parece encontrar un sentido positivo al sufrimiento.En efecto, una persona con Alzheimer o con otra enfermedad grave genera una catarsis en sus familiares, pues les obliga a salir de sí mismos y a pensar en los demás.
¿Fue fácil dirigir a la veterana actriz francesa Tsilla Chelton?Muy fácil. No tuve dificultades con ella porque es una persona muy dulce y con muchísimo talento. Además, tiene cosas en común con su personaje: como él, es fuerte como una montaña, y moriría si dejara de actuar, que es su hábitat natural. El suyo era un personaje arriesgado, porque es complejo en sí, y porque además vive en un país y una cultura distintos a los suyos, y habla también un idioma muy diferente.
¿Qué supusieron para la película sus premios en San Sebastián?Fueron una maravillosa sorpresa y nos ayudaron a conseguir distribución en numerosos países. De todas formas, lo que más me impresionó fue la buena reacción del público.

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