martes, 30 de junio de 2009

La conversión de Manuel Mel Zelaya

La conversión de Manuel Mel Zelaya

Luis Hernández Navarro

Manuel Mel Zelaya mide casi 1.90 de estatura, tiene un espeso bigote negro, usa sombrero de ala ancha y calza botas vaqueras. Hijo de terratenientes, estudió la carrera de ingeniería civil, pero no la terminó. Antes de involucrarse en política se dedicó a hacer exitosos negocios forestales y ganaderos. En 1987 fue nombrado directivo del Consejo Hondureño de la Empresa Privada (COHEP) y presidente de la asociación gremial de los madereros.

Mel ingresó en 1970 al Partido Liberal Hondureño (PLH), organización de amplia y documentada trayectoria anticomunista, con el que fue diputado en varias ocasiones y desde donde ocupó diversos cargos públicos. Los liberales y el Partido Nacional de Honduras (PNH) son las dos principales formaciones partidarias, entre las cinco existentes. Sin embargo, a la hora de gobernar, no hay entre ambos discrepancias esenciales. “Lo único que los diferencia –asegura un dirigente obrero– es el color de las banderas: una es azul y la otra roja y blanco.”

En 2006, Manuel Zelaya tomó posesión como presidente de Honduras. Durante la campaña se presentó como un genuino y honrado hombre de campo, de palabra directa y franca, desligado de la clase política tradicional, creyente temeroso de Dios, dotado de mano firme para combatir la corrupción, campechano, aficionado a tocar la guitarra y a montar caballos. Dispuesto a satisfacer las peticiones de democracia participativa y reforma política, reivindicó el poder ciudadano.

Ya como mandatario, apoyó el Tratado de Libre Comercio (TLC) entre República Dominicana, Centroamérica y Estados Unidos (CAFTA, por sus siglas en inglés), en medio de fuertes protestas en su contra. Ello no le impidió acercarse al gobierno de Hugo Chávez y formar parte de Petrocaribe, alianza en materia petrolera signada por varios países caribeños para adquirir combustible venezolano en condiciones de financiamiento preferencial, pagando 50 por ciento en un plazo de 90 días y el resto en 25 años, con una tasa de interés de uno por ciento.

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