miércoles, 28 de octubre de 2009

El futuro del libro


Javier Aranda Luna

Hace tiempo escuchamos que, ahora sí, ya llegó el fin del libro. Nos dicen que los e-books habrán de terminar con esa rica tradición iniciada por Gutenberg. Tradición que revolucionó a Europa y a todo el mundo, pues hizo posible la reforma protestante de Lutero –el más grande promotor de la lectura de todos los tiempos– y la misma Ilustración.

Lo curioso es que el plazo de ese apocalipsis librero se prorroga y siempre aparece un nuevo verdugo. Lo imaginó McLuhan y no pocos lo vislumbraron con la aparición de la Internet, pero el único que se ha acercado con más visos de realidad a ese futuro siniestro es Ray Bradbury con Farenheit 451, novela que acaban de invocar las panistas quemalibros de León, Guanajuato.

De tiempo en tiempo se anuncia la muerte de bienes culturales muy arraigados entre nosotros. El cine acabaría con el teatro, la televisión con el cine y la Internet con la llamada pantalla chica.

Lo cierto es que teatro, cine, televisión e Internet con más o menos públicos continúan entre nosotros. Y estoy seguro de que si los circos romanos volvieran con fieras y cristianos, sin transmisiones en vivo, segmentarían aún más a los públicos y caminarían, a final de cuentas, de la mano. ¿O no es verdad que la nota roja limitada a publicaciones baratas de hace 40 años ahora ocupa espacios estelares en los noticiarios de radio y televisión y es materia prima de la red de Internet y de las primeras planas de los principales diarios?

Ahora se supone que el dispositivo Kindle de Amazon será "el futuro de la lectura", el verdugo en turno del libro tradicional. Y quienes promueven la idea enumeran como un rosario sus ventajas: ese dispositivo inalámbrico permite disponer de cientos de libros, periódicos y revistas a cualquier persona de manera instantánea. Y para remachar sus afirmaciones nos hablan de encuestas en las que los no lectores leen y donde quienes leían incrementaron significativamente su ritmo de lectura. Lo que no dicen es que esas encuestas las ha levantado Amazon con sus clientes o las han hecho algunos medios informativos sólo para documentar lo obvio: "puedo ir de vacaciones con toda una biblioteca". Y es cierto, pero ¿usted lo haría?

Hace unas semanas un funcionario federal me habló con tal entusiasmo de los e-books y particularmente del Kindle que resumió lo que no pocos de sus congéneres comentan: que los e-books son el mejor instrumento para fomentar la lectura. "Tienes todo un mundo de lectura al alcance de la mano." O del bolsillo, debí decirle, porque todo se puede leer después de comprarlo.

Las ventajas de esos dispositivos son innegables, pero suponer que serán El Instrumento para fomentar la lectura me parece un desatino.

Los nuevos componentes digitales no nos han alfabetizado musicalmente al grado que las estaciones de música "clásica" prácticamente han desaparecido del cuadrante y los ritmos gruperos son la constante de nuestro paisaje musical. Las computadoras no han mejorado nuestra capacidad de redacción y a veces, muchas, ni siquiera la ortografía. Por eso dudo que las nuevas tecnologías electrónicas en materia de lectura den lugar a una nueva Ilustración o siquiera sirvan para disminuir significativamente nuestro analfabetismo a secas o por lo menos el funcional.

Además sería un riesgo dejar que se concentre en las manos de un fenicio o de varios esa babel que la humanidad ha formado a través de los libros. ¿Cuáles serían los libros disponibles? Los clásicos, sin duda, pero, también, los montones de bestsellers que son en buena parte basura. ¿Y quién nos garantiza que estarán en sus catálogos autores como Hugo Hiriart o Heimito von Doderer, cuentos como La estrella de madera, los versos caligráficos de Tablada o los blasfemos diarios de Anais Nin o León Bloy? ¿Cabrían aunque no fueran bestsellers?

La Jornada

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