Haití: el retorno de un dictador
Editorial. La jornada
El inesperado regreso del ex dictador haitiano Jean-Claude Duvalier, Baby Doc, quien arribó a su país el pasado domingo procedente de Francia –donde se refugió tras ser derrocado por una revuelta popular en 1986–, ha provocado expresiones de sorpresa y preocupación en la comunidad internacional, por los posibles episodios de inestabilidad que el hecho pudiera suscitar en la nación antillana. Por su parte, Human Rights Watch (HRW) y Amnistía Internacional (AI) han demandado a las autoridades haitianas la captura del ex dictador –sobre quien pesan acusaciones por crímenes de lesa humanidad– y su presentación ante la justicia.
El retorno de Duvalier a Haití representa, en efecto, un factor adicional de tensión en un país sobrado de ellos, y constituye una afrenta histórica para los habitantes de la nación más pobre del hemisferio. Durante los 15 años que permaneció en el poder, Baby Doc encabezó uno de los regímenes más represores y sanguinarios en la historia de ese país y del continente, acaso sólo superado por el que dirigió su padre y antecesor en el cargo, François Duvalier, quien tomó el poder en 1956 mediante un golpe militar. En conjunto, la dinastía de los Duvalier fue responsable de la muerte y desaparición de decenas de miles de personas, ya fuera a manos de las fuerzas armadas de Haití o de las milicias leales al gobierno, los tristemente célebres tonton macoutes.
En lo económico, Baby Doc ha sido señalado como culpable de desvíos masivos de dinero público –al menos 500 millones de dólares– a sus cuentas personales, y se estima que 45 por ciento de la deuda de Haití en las pasadas décadas se acumuló durante el régimen de los Duvalier. De tal forma, el ex dictador es acaso el máximo exponente de la corrupción proverbial de las autoridades haitianas, la cual debe ser considerada una de las causas centrales del empobrecimiento que lacera a esa nación; la otra es la aplicación de las directrices económicas y las políticas de ajuste diseñadas por los organismos financieros internacionales.
Las consideraciones anteriores hacen que peticiones de captura como las formuladas por AI y HRW sean incuestionables, salvo por un hecho fundamental: que en el Haití actual, devastado por el terremoto de hace un año y asolado por la epidemia de cólera que se presentó meses después, ha quedado de manifiesto la ausencia de autoridades nacionales propiamente dichas y de un gobierno mínimamente funcional. Ejemplos de ello son la incapacidad de las instituciones para superar la crisis provocada por los polémicos comicios de noviembre pasado; las acusaciones de prácticas fraudulentas del gobierno de René Préval en favor del candidato oficialista, y la incapacidad del Consejo Electoral Provisional para realizar una segunda vuelta comicial que tendría que haberse llevado a cabo el pasado domingo: en lugar de eso, la circunstancia de devastación, vacío de poder, debilidad institucional y caos generalizado que recorre Haití constituyó el contexto para el regreso del ex dictador a ese país.
A estas alturas, la responsabilidad por el retorno de Duvalier y la inestabilidad política que ello pueda suscitar recae, más que en las menguadas autoridades nacionales, en la comunidad internacional: al fin de cuentas, la súbita presencia de Baby Doc en la nación antillana es síntoma de una inoperancia institucional estrechamente relacionada con la destrucción material que todavía afecta a ese país, ante la cual los gobiernos de Estados Unidos, así como de los países de Europa y América Latina han reaccionado con indolencia y mezquindad.
Resulta desesperanzador, por ello, que la comunidad internacional haya reaccionado hasta ahora con tibieza e indefinición ante el episodio comentado: si la indiferencia de los regímenes extranjeros ha redundado en el agravamiento de la circunstancia trágica por la que atraviesa Haití, provocada por fenómenos naturales y epidemias, ahora podría derivar en un manto de impunidad para quien encabezó, en su momento, un régimen tiránico. En tal circunstancia, los gobiernos del mundo, con Washington a la cabeza, tendrían que entender que lo que menos hace falta en ese país es un nuevo factor de tensión e inestabilidad política y, en esa lógica, repudiar unánimemente la presencia de Duvalier y coadyuvar a su captura. Más allá de eso, el episodio obliga a recordar la necesidad de que la comunidad internacional reconozca que le ha fallado a Haití y que debe impulsar, en forma decidida y sin mezquindades, el proceso de reconstrucción de esa castigada nación y de sus instituciones.
Editorial. La jornada
El inesperado regreso del ex dictador haitiano Jean-Claude Duvalier, Baby Doc, quien arribó a su país el pasado domingo procedente de Francia –donde se refugió tras ser derrocado por una revuelta popular en 1986–, ha provocado expresiones de sorpresa y preocupación en la comunidad internacional, por los posibles episodios de inestabilidad que el hecho pudiera suscitar en la nación antillana. Por su parte, Human Rights Watch (HRW) y Amnistía Internacional (AI) han demandado a las autoridades haitianas la captura del ex dictador –sobre quien pesan acusaciones por crímenes de lesa humanidad– y su presentación ante la justicia.
El retorno de Duvalier a Haití representa, en efecto, un factor adicional de tensión en un país sobrado de ellos, y constituye una afrenta histórica para los habitantes de la nación más pobre del hemisferio. Durante los 15 años que permaneció en el poder, Baby Doc encabezó uno de los regímenes más represores y sanguinarios en la historia de ese país y del continente, acaso sólo superado por el que dirigió su padre y antecesor en el cargo, François Duvalier, quien tomó el poder en 1956 mediante un golpe militar. En conjunto, la dinastía de los Duvalier fue responsable de la muerte y desaparición de decenas de miles de personas, ya fuera a manos de las fuerzas armadas de Haití o de las milicias leales al gobierno, los tristemente célebres tonton macoutes.
En lo económico, Baby Doc ha sido señalado como culpable de desvíos masivos de dinero público –al menos 500 millones de dólares– a sus cuentas personales, y se estima que 45 por ciento de la deuda de Haití en las pasadas décadas se acumuló durante el régimen de los Duvalier. De tal forma, el ex dictador es acaso el máximo exponente de la corrupción proverbial de las autoridades haitianas, la cual debe ser considerada una de las causas centrales del empobrecimiento que lacera a esa nación; la otra es la aplicación de las directrices económicas y las políticas de ajuste diseñadas por los organismos financieros internacionales.
Las consideraciones anteriores hacen que peticiones de captura como las formuladas por AI y HRW sean incuestionables, salvo por un hecho fundamental: que en el Haití actual, devastado por el terremoto de hace un año y asolado por la epidemia de cólera que se presentó meses después, ha quedado de manifiesto la ausencia de autoridades nacionales propiamente dichas y de un gobierno mínimamente funcional. Ejemplos de ello son la incapacidad de las instituciones para superar la crisis provocada por los polémicos comicios de noviembre pasado; las acusaciones de prácticas fraudulentas del gobierno de René Préval en favor del candidato oficialista, y la incapacidad del Consejo Electoral Provisional para realizar una segunda vuelta comicial que tendría que haberse llevado a cabo el pasado domingo: en lugar de eso, la circunstancia de devastación, vacío de poder, debilidad institucional y caos generalizado que recorre Haití constituyó el contexto para el regreso del ex dictador a ese país.
A estas alturas, la responsabilidad por el retorno de Duvalier y la inestabilidad política que ello pueda suscitar recae, más que en las menguadas autoridades nacionales, en la comunidad internacional: al fin de cuentas, la súbita presencia de Baby Doc en la nación antillana es síntoma de una inoperancia institucional estrechamente relacionada con la destrucción material que todavía afecta a ese país, ante la cual los gobiernos de Estados Unidos, así como de los países de Europa y América Latina han reaccionado con indolencia y mezquindad.
Resulta desesperanzador, por ello, que la comunidad internacional haya reaccionado hasta ahora con tibieza e indefinición ante el episodio comentado: si la indiferencia de los regímenes extranjeros ha redundado en el agravamiento de la circunstancia trágica por la que atraviesa Haití, provocada por fenómenos naturales y epidemias, ahora podría derivar en un manto de impunidad para quien encabezó, en su momento, un régimen tiránico. En tal circunstancia, los gobiernos del mundo, con Washington a la cabeza, tendrían que entender que lo que menos hace falta en ese país es un nuevo factor de tensión e inestabilidad política y, en esa lógica, repudiar unánimemente la presencia de Duvalier y coadyuvar a su captura. Más allá de eso, el episodio obliga a recordar la necesidad de que la comunidad internacional reconozca que le ha fallado a Haití y que debe impulsar, en forma decidida y sin mezquindades, el proceso de reconstrucción de esa castigada nación y de sus instituciones.
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