sábado, 26 de junio de 2010

La Libertad es hija de la Verdad


La Libertad es hija de la Verdad
María Luisa Etchart

Cuando nos vamos acercando al final más o menos predecible de nuestras vidas en términos de tiempo, parecería que se produce un raro fenómeno: la necesidad de rescatar la verdad, como valor supremo. A esa altura parecería que todos los engaños a que hemos sido sometidos y que, a su vez, hemos esgrimido hacia los demás, dejan de tener justificación. Es como si comprendiéramos que la vida, en realidad, pasó por otro lado distante a nuestros logros, a nuestros afanes de tener, de ser importantes, de erigirnos en ganadores, y sintiéramos la urgente necesidad de revelar lo que en ese momento comprendemos, fue parte de la verdad que tal vez, incluso, nos negamos a nosotros mismos.

La aparentemente casual revelación de Mirtha Legrand sobre un episodio en que estuvo involucrada durante la nefasta dictadura militar y que permitió que su intervención ante criminales uniformados salvara la vida de una sobrina, aunque no la de su pareja, no es en realidad casual. Esa omisión de verdad seguramente la acompañó durante años, en algún recóndito rinconcito pujando por salir a la luz, porque ésa es la naturaleza intrínseca de la verdad, el hacerse patente.

Ahora vendrán los comentaristas, los que tratarán de sacar partido del hecho, los “interpretadores”, los que la defenderán y los que serán sus detractores. En realidad, nada hay para decir al respecto, sólo tal vez ayudarnos a comprender la naturaleza de la verdad y alegrarnos por ella que tuvo el coraje y sabiduría necesarias para comprenderlo así.

Hace poco vi una de las últimas películas de Clint Eastwood, ícono también de una época, que habitualmente encarnó papeles muy representativos del modelo de justiciero a que nos tiene acostumbrados Hollywood. En esta película, de cuyo argumento es también autor, llamada “Gran Torino”, un Clint que no se avergüenza de tener arrugas, expone una especie de “mea culpa” cuando hace referencia a su pasado como soldado en la guerra contra Corea y le explica al personaje de joven chino que tiene por vecino algo que hubiera sido impensable hace unos años: cómo jamás pudo borrar la imagen de algunos rostros de jóvenes que murieron a sus manos y el sentimiento de culpa que no ha podido borrar.

No se hace mención, es claro, a los motivos que lo llevaron a esos actos, pero es fácil deducir que ninguno de los argumentos que su país esgrimió y con los que trataron de influir en su ánimo para que llegara a esa situación, eran realmente verdades ni válidos a la hora de tener que aceptar su participación en los crímenes que constituyen una guerra.

Lo vemos también a ese personaje del típico Americano, con la bandera plagada de estrellitas en la puerta de su casa, descubrir su propia inminente mortalidad y darse cuenta que hay otras culturas, otras formas de ver la vida que no por diferentes son mejores ni peores, y es casi como que por primera vez en su vida su mente se ensancha, así como su corazón, por medio del amor y la compasión.

En otro orden de cosas, el estado de UTA acaba de fusilar a Ronnie Lee Gardner en represalia por un crimen que cometió hace varios años. En un escenario especialmente preparado con una silla a la que lo amarraron y rodeado de bolsas rellenas para absorber los disparos que pudieran haber sido mal dirigidos, encapuchado, y hasta con un auditorio que presenció la escena del homicidio, se le dispararon varios balazos, en un acto que no se ve muy diferente de los que protagonizó Ronnie en su momento.

¿Tiene derecho un hombre a terminar con la vida de otro ser humano en forma violenta, no importa cuál fuera la razón que lo motivara? Lo más hipócrita es que el que dicta la sentencia no ensuciará sus propias manos con el crimen, sino que pagará a empleados del Estado para que lo haga, eso sí, mezclando algunas balas de fogueo con las letales para que ninguno de los ejecutores sepa a ciencia cierta quién fue el asesino, y esperando así diluir sentimientos de culpa y permitir que los ejecutores puedan regresar a sus hogares, besar a sus niños y acariciar a su perro sin tener que sentirse culpables.

Ahí se me representa la imagen de Jesús diciendo “El que esté libre de culpa, que arroje la primera piedra” y nuevamente surge la hipocresía de una sociedad que se llama a sí misma cristiana y que hasta pone el nombre de Dios en sus billetes.

Como noticia final del día, descubro que ha muerto José Saramago, buceador incansable de la verdad, autodidacta de la vida, espíritu generoso que procuró mediante sus escritos llamarnos a la reflexión, a la unión entre los seres humanos, a la compasión y a quien deberíamos agradecer su compromiso con la verdad. Gracias, José.

Imagen: La verdad - Oleo/Lienzo (70x90) de Susanna D'Momo

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