La voz de la esperanza
Rolando Cordera Campos
Segun La Jornada
del viernes, se viven días de gloria en la izquierda y el movimiento
Morena que encabeza Andrés Manuel López Obrador. Y así debe ser, porque
esa enorme movilización popular despierta al fin conciencias y de alguna
manera empata querencias de cambio con la de los jóvenes estudiantes
que reclaman transparencia y equidad para la política democrática
mexicana.
Las veleidades de la democracia son conocidas por todos y sufridas
una y otra vez por no pocos. Pero gozar y sufrir es uno de los
privilegios que acompañan a esa politica y nadie puede ni debe reclamar
inmunidad a ese respecto. Lo que importa es saber reconocer los dilemas
funfamentales y darle consistencia al discurso que inspira la aspiración
de quien toma parte en la contienda.
López Obrador retomó el aliento popular de la democracia cuando
propuso que por el bien de todos deberían estar primero los pobres.
Algún ocasionado y más de un mal intencionado interpretó el lema como
una exclusión, pero pronto hubo de admitirse que la propuesta conformaba
toda una forma de entender y querer hacer gobierno. Hoy, López Obrador
busca darle a la reconciliación un significado nacional y es en ese
sentido profundo que debería también buscarse la impronta popular de su
nueva, en realidad no tanto, convocatoria.
Más que de un cambio de rumbo, el llamado de la izquierda mexicana
que encabeza AMLO es de un cambio de énfasis: lo que se juegan los
mexicanos todos no es sólo su bienestar sino su seguridad básica y
elemental. Y para obtener eso, que hace muy poco parecía ganado, se
impone ahora una nueva ronda de sacrificios y contribuciones que sólo
puede darse cuando la base social se hace presente y se vuelve pueblo y
no sólo ciudadanía. Y es de eso que tiene que hablarse hoy a todo lo
largo y ancho del espectro político nacional, cuyos perfiles
fundamentales tan bien ha logrado detectar Andrés Manuel López Obrador.
Los ecos del desbarrancamiento europeo nos llegan insistentes,
porque emanan de lo profundo de un mundo que soñó con una
transformación sustancial del modo de vida sin tener que pasar por otra
guerra. No hay tal, por hoy, pero el espectro de crueles experiencias
extremas se hace presente en la visceral presencia de neonazis en Grecia
o Francia y de ululantes liberistas en los propios Estados Unidos de
América.
Todo ha sido escrito y todo querido olvidarse, en aras de nuevos y
desdichados paradigmas. No está México esta vez en el epicentro del
huracán, pero precisamente por eso tendríamos que hacer todos un
ejercicio memorioso y ubicarnos en las coordenadas correctas de un globo
que ha extraviado el rumbo y su sentido.
Equidad para aspirar a la igualdad; seguridad para promover
convivencia creativa y bienestar; concordia para tan sólo dialogar. No
es tanto lo que se requiere para darle a la aventura mexicana, en este
tiempo del que se nos ha despojado por una violencia sin alma, un curso
nuevo y justiciero.
El gran reto que tienen AMLO y su coalición es darle credibilidad a
su oferta republicana y, al mismo tiempo, convencer a la sociedad y a
ellos mismos de que aquella consigna popular y reivindicativa tiene
actualidad y, sobre todo, sentido histórico. Con una pobreza encanijada y
un desempleo que no se conmueve ante una demografía ansiosa, el país
tiene ante sí la gran promesa de un cambio tranquilo que redite su larga
y olvidada tradición de justicia social. Con democracia y participacion
de los más no es poca cosa.
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