Éxtasis colectivo durante la noche en que Sir Paul gritó:
¡viva México, cabrones!
Cientos de miles esperaron horas y horas para presenciar un concierto histórico
El artista interpretó canciones que fueron la rocola más espectacular vista en muchos añosFoto Alfredo Domínguez
A las 20 horas las autoridades capitalinas estimaron que el aforo de 90
mil personas estaba completo y cerraron el acceso a la plancha del
Zócalo. Paul McCartney hizo su aparición a las 21 horas, saludó en
español y comenzó la fiestaFoto Francisco Olvera
En su inglés chilango, las estrofas fueron seguidas por la muchedumbre.
Una tras otra las rolas de McCartney fundieron gustos, apariencias y
actitudes en un acto de integración multigeneracionalFoto Alfredo Domínguez
Antes del concierto, desde una de las ventanas del hotel Majestic, un
grupo de simpatizantes de Enrique Peña Nieto sacó una manta en apoyo al
candidato del PRI, pero cuando la multitud la descubrió se desató la
rechifla, una multitudinaria mentada de madre y gritos de desaprobaciónFoto Francisco Olvera
Juan José Olivares
Paul McCartney detonó anoche en el Zócalo una
bomba que causó en unas 200 mil personas –según cálculos del Gobierno
del Distrito Federal– una explosión de euforia colectiva.
Acto abstracto y metafísico que se dio por medio de la música en un concierto histórico-trascendental que duró tres horas.
La consecuencia de ese encuentro entre un gran músico y la audiencia fue ese indescriptible goce multitudinario.
La música del ex beatle transgredió las fronteras de tiempo y
dimensión, en una gran gala popular que devino fiesta para los
capitalinos... y los de provincia que hicieron el viaje a la urbe y
aguantaron días formados para estar hasta el frente.
Otros se formaron horas y se mantuvieron sin comer o beber agua
(aunque en algunas zonas el trago del líquido, colocado en 60 mil bolsas
de plástico, según afirmaron funcionarios de Turismo, se vendió a 50
pesos).
El de ayer fue un encuentro exaltante, que sólo la música puede
hacer, digno de la lógica irracional del corazón que se da entre uno (o
unos) emisores y miles de receptores, los cuales desarrollan códigos
conformados por notas y acordes musicales, así como con textos de unos
minutos que narran la sencilla esencia del ser.
Es muy bueno estar con ustedes en el Zócalo de manera gratuita. Viva México, cabrones, dijo McCartney en diferentes momentos, y la grita creó un Golem de elevados decibeles que demostró que el fenómeno de los Beatles es interminable, que sólo podría tener fin cuando amor, desamor, felicidad y tristeza ya no sean sentimientos, concordaron Felipe, septuagenario, y Carlos, de 25 años. Ambos se conocieron parados más de 14 horas en una zona de un metro cuadrado de la que no se movieron hasta que se escuchó All my loving, Let me roll it, Drive my car o Here today (que el ex beatle dedicó a
mi amigo John).
Los miles de asistentes nunca imaginaron que escucharían gratis a un
cuarto (o más) de los Beatles, y casi cinco décadas después de que se
pudieron haber presentado en la ciudad de México, en el estadio de
futbol de la Ciudad Deportiva. El recuerdo es que en 1965, cuando se
estrenó la película A hard day’s night, el entonces regente del
Departamento del Distrito Federal, Ernesto Uruchurtu, afirmó que la
banda inglesa era un mal ejemplo para la juventud, y que la ciudad de
México no estaba preparada para ese tipo de eventos.
Pero ahora el gobierno local pudo colgarse de un intermedio de la gira On The Run,
ganando al de Yucatán, que quería a McCartney para Chichén Itzá, y dio a
los defeños el placer de vivir y revivir la nostalgia sesentera del
Cuarteto de Liverpool.
Esta vez no hubo melenas largas –aunque sí deshidratados, desmayados y
confundidos– ni símbolos de amor y paz, ni adolescentes que
enloquecieran por las patillas largas de los miembros del cuarteto.
Ahora, los de 20 años y los jóvenes de corazón formaron parte de esa
emoción grupal provocada por las andanadas sonoras de piezas que son
parte de la discoteca personal de millones de personas en el mundo.
Parecía inexplicable que jóvenes de 20 años o menos siguieran de
manera tan intensa al ex beatle cual si fuera Justin Bieber. Chicos,
medianos y grandes sacaron celulares y encendedores para formar un
océano de luciérnagas en agradecimiento al inglés y su banda.
Es muy bueno estar con ustedes en el Zócalo de manera gratuita. Viva México, cabrones, dijo Paul McCartney en diferentes momentos y el grito de respuesta demostró que el fenómeno de Los Beatles es interminableFoto Francisco Olvera
Corearon piezas –como Eleanor Rigby– concebidas hace
más de cuatro décadas. La razón: el gusto que heredan de sus padres con
todos esos discos, ya no de acetato, sino de cedés, y la intemporalidad
de esta música sencilla y compleja a la vez.
Vinieron de todos los rumbos de la ciudad, de cada rincón, de cada
casa en la que de seguro más de un disco de los Beatles ha sonado. Con
un pequeño almuerzo, con una cobija, con ropa que desprendía ese olor
peculiar de no cambiarse en días... Todo para presenciar a ese pilar de
la música actual, que sigue produciendo alegría con sus canciones, cuyos
tonos bastan para desatar la locura comunal.
Horas y horas de espera, de aburrimiento y de catarsis, externada con
cualquier pretexto, como cuando se escuchó una elevada mentada de madre
debido a una pancarta en apoyo a Enrique Pena Nieto que fue exhibida en
la ventanas de uno de los edificios (el Palacio Nacional y el del
Gobierno del Distrito Federal estaban llenos de miembros de la baja, la
mediana y la alta burocracia).
La pancarta fue retirada al grito de:
¡AMLO, AMLO!
My valentine, The long and winding road, Saving changes, Maybe I’m amazed, Something (dedicada a George Harrison), Ob-la-di, ob-la-da
(acompañada con mariachi) fueron algunas piezas que regaló Paul, y que
también se había escuchado en Guadalajara y en el estadio Azteca.
Todos ganaron. También quienes hicieron su agosto con la venta de
cualquier clase de productos alusivos a la banda británica y a
McCartney.
Sir significa señor, y en Inglaterra es un título de honor
para aquellos que son relevantes en el plano social. Sir Paul fue
nombrado así hace unos años por la reina de Inglaterra, pero para los
plebeyos reunidos en el Zócalo no fue necesario ese apelativo, pues su
música se lo otorgó desde que apareció por primera vez en pubs (bares)
de Liverpool.
McCartney, coautor –junto con John Lennon– de la mayoría de las rolas
emblemáticas de los Beatles, siguió intenso jugando con esas creaciones
tan sencillas en su texto y armonía que continúan inyectando de amor,
desamor y felicidad a generación tras generación.
En inglés chilango, las estrofas fueron seguidas por la
muchedumbre. Una tras otra las rolas siguieron transformaron los gustos,
las apariencias y las actitudes, en un acto de apreciación
multigeneracional.
La beatlemanía no ha muerto y no fenecerá porque es un estilo de vida
y una manera de reflejar, de alguna manera, el buen gusto de música
popular. Y eso se observó en todas las zonas del primer cuadro,
impregnadas por la figura no sólo de Paul, sino de John, Ringo y George,
reproducidas en imagen por hombres de más de sesenta años, que nunca
imaginaron presenciar de manera gratuita a uno de sus ídolos.
La influencia de los Beatles sigue tangible en sus adeptos mexicanos
–y del mundo–, y eso quedó demostrado. Más que apreciar la música, a
muchos esa figura histórica les recordó años de plenitud.
El placer fue también para el inglés, quien no podía ocultar la
sorpresa de ver a tanta gente reunida y sentir la energía del ombligo de
la Luna, en una noche en que no dejó de felicitar a las madres de
México, a las que dedicó Hope of deliverance.
Vinieron más rolas que fueron la rocola del recuerdo más espectacular vista en muchos años.
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