viernes, 5 de febrero de 2010

Tony Blair: ¿la sombra de Pinochet? Jorge Camil

Tony Blair: ¿la sombra de Pinochet?
Jorge Camil /La Jornada

La principal característica de una verdadera democracia es la rendición de cuentas. El momento crucial en el que los funcionarios públicos le explican al pueblo cómo ejercieron el poder. El inquisidor puede ser una comisión de notables (como las "comisiones de la verdad" de Sudáfrica y América Latina), o un simple tribunal del fuero común, siempre que actúen conforme a derecho y en representación del pueblo, lo cual excluye motivos partidistas. Por lo demás, sin rendición de cuentas la democracia se reduce a un sistema hueco, en el que acudimos a las urnas mecánicamente para depositar boletas electorales, con la triste consolación de que siempre podremos regresar a depositar un insignificante "voto de castigo". Creo que es válido decir: "dime cómo funciona tu sistema de rendición de cuentas y te diré qué clase de democracia eres".

Por lo pronto, en el tema de Irak, las diferencias entre Inglaterra y Estados Unidos, los dos países verdaderamente involucrados, son notables. George W. Bush, principal instigador de una invasión violatoria del derecho internacional, culpable de la guerra civil que destruyó Irak, vive hoy despreocupado, departiendo entre los petroleros texanos en su elegante mansión de Preston Hollow en Dallas, y disfrutando su rancho de Crawford los fines de semana. Atrás quedaron los 5 mil soldados muertos en combate, las 100 mil víctimas civiles clasificadas fríamente como "daños colaterales", y los miles de mutilados que perdieron brazos, piernas y ojos en cumplimiento del deber.

En el cajón de la historia quedaron las torturas en la prisión de Abu Ghraib, y los vuelos de la CIA que transportaban sospechosos secuestrados en el mundo entero para ser "entregados a domicilio" en países como Egipto y Jordania, donde eran interrogados en violación de los acuerdos de Ginebra. Al encargar la tortura de supuestos terroristas a "países amigos" Bush, devoto evangélico que se comunicaba con Dios, podía asegurar de cara al mundo que "Estados Unidos no tortura". ¿Y quién le pedirá cuentas de la deuda contraída en la guerra de Irak, un monto estratosférico que terminó quebrando la economía de Estados Unidos y destruyendo el sistema financiero mundial: ¡3 millones de millones de dólares!?

Tony Blair, en cambio, hoy llamado irónicamente por Robert Fisk Lord Blair de Kut al-Amara (tal vez como enviado del Reino Unido en Oriente Medio), el socio más prominente de la ridícula "coalición internacional" orquestada por Bush, se sentó seis horas en el banquillo de los acusados el viernes pasado para explicar a la Comisión Chilcot las decisiones que lo llevaron a participar en la invasión. Su interrogatorio estuvo abierto al público y fue difundido en los medios. (¡Increíble, a este prestigiado intelectual se le acusa de haber caído bajo el inverosímil embrujo de George W. Bush!) Junto con el ex primer ministro comparecieron algunos miembros de su gabinete: "¿Estuvieron de acuerdo con su jefe o intentaron disuadirlo? ¿Ofrecieron renunciar en caso de desacuerdo con Mr. Blair?" Uno a uno fueron declarando frente a lord Chilcot y su comisión de notables.

Los interrogatorios, agudos, y a veces hirientes, se desarrollaron en un clima de gran educación y civilidad (¡se trataba, después de todo, de una investigación de alto nivel entre english gentlemen, en un país con el más sofisticado sistema judicial del mundo!). Hubo un momento, cuando Blair declaró no tener remordimientos, en el que un miembro del público protestó en voz alta: "¡Oh, por Dios!". Afuera del centro de conferencias se montó un verdadero circo: cientos (¿miles?) de manifestantes con máscaras de Blair y las manos manchadas con tinta roja dejaban flotar la pregunta que ha preocupado a muchos analistas desde que abandonó el poder: ¿es Tony Blair un criminal de guerra? Están, por supuesto, los 179 soldados muertos sin razón (nada comparable a los 5 mil soldados estadunidenses), pero pesan sobre él las 100 mil víctimas civiles, que Blair le atribuye hoy cómodamente a Al-Qaeda, al régimen perverso de Saddam Hussein y a la "verdadera creencia" de que el dictador tenía armas de destrucción masiva. ¡Él y Bush intentaban salvar al mundo!

La Jornada publicó el sábado pasado el estupendo artículo de Robert Fisk ("Tony Blair y su inmaculada conciencia"). El autor cuestiona la sinceridad de Blair. Ahí estaba Blair, dice, "con su impecable atuendo de negocios y su impecable camisa blanca; con su inmaculada conciencia". Echando mano de juegos de palabras y artificios intelectuales intentaba ocultar la verdad; contestaba, eso sí, a todas las preguntas "con absoluta franqueza".

Un voto de censura podría tener consecuencias graves para Blair. El hombre que impidió la extradición de Pinochet a España, hoy gana 7 millones de libras como conferencista, consultor de cambio climático, asesor de dos instituciones financieras internacionales y consultor para las Olimpiadas de Río. De ser censurado, tal vez tuviera que restringir sus viajes fuera del Reino Unido. Bush ni se inmuta: vive tranquilo en una democracia diferente.

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