martes, 13 de enero de 2009

Taxco una ciudad de ensueños. Prensa latina.


odalys troya


Taxco, México, 13 ene (PL) Alguien comparó a Taxco, la meca de la plata mexicana, con una maqueta de ensueño en medio de montañas.

El símil resulta bastante cercano a la realidad, por lo de ensueño. Sin embargo, tanta belleza y riqueza patrimonial es imposible atrapar en un modelo de perspectivas.

Lo cierto es que esta pequeña urbe, localizada en el estado de Guerrero, al suroeste de la Ciudad de México, es pródiga en riquezas paisajísticas, arquitectónicas y de tradiciones.

Quien se dirige a Taxco, lo primero que avista desde la distancia son miles de edificaciones como colgadas de las faldas del cerro Atatzin, en su mayoría de la época colonial.

La armonía del verde de la flora y el blanco de las casas es un reposo para los ojos del visitante, especialmente para los conductores de autos quienes tienen que sortear decenas de peligrosas curvas en las carreteras intramontanas que llevan a la ciudad.

Una vez en este “pueblo mágico”, como también suele llamársele, es entrar a otra dimensión.
Sus calles angostas, empinadas y tapizadas de adoquines y los balcones con macetas desparramando flores por los balaustres nos transportan hacia unos 200 años atrás.

Sólo recuerda el presente la publicidad que hiere algunas fachadas, las antenas parabólicas que le roban el rojo a los tejados, el cableado en las calles, y los autos modernos que vienen de todos los estados de México y hasta de sus vecinas naciones.

Muchos de los visitantes llegan a Taxco tras la joyería de plata que por siglos fue su principal rubro económico.

Sin dudas, la habilidad en la orfebrería desarrollada aquí, única en el mundo, el brillo del preciado metal y los innumerables estilos de creación atraen hasta al más desentendido en el tema de la platería.

Pero es el encanto de su gente, la distribución urbanística, la conservación de sus edificaciones y su barroco Templo de Santa Prisca, de más de 250 años, lo que atrapa.

Tanto es así que subir una empinada calle y disfrutar de la algarabía en el zócalo inundado de artesanías locales o disfrutar de un platillo típico a base de maíz y chile, posponen el interés por el anillo, los cubiertos, o por la montura de cuero bordada en plata.

Y es que todo en Taxco de Alarcón invita al regodeo, desde el Cristo que preside al centro minero más antiguo del continente en lo alto del cerro y que con sus brazos abiertos parece dar la bienvenida al forastero, hasta sus habitantes hacendosos que en realidad lo hacen.

Muchas familias taxqueñas conservan desde tiempos remotos la tradición de la platería, pero el turismo ya le ha quitado el 50 por ciento a los destellos del metal codiciado y se ha convertido en la segunda fuente de la economía.

Ahora, se confunden los pregones que promocionan flores, frutas y cestas de fibra natural con las ofertas de los restaurantes que sugieren una gran diversidad culinaria internacional.

También se entremezclan los collares de semillas de plantas autóctonas con los de plástico producidos en serie, sabe quién en qué fábrica, y que proponen hasta el cansancio los vendedores ambulantes muchos de ellos vestidos a la usanza de sus antepasados.


Resulta imposible apartarla del llamado "desarrollo", pero es tanta aún la majestuosidad que ni autos, ni antenas, ni publicidad, ni ofertas de comida extranjera puede arruinar el deleite que propicia esa ciudad que, como dijera alguien, parece de ensueño. Prensa latina.

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