Internacional - 05/01/2002 0:00 - Autor: Marcos Roitman - Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias /Webislam
Asistimos a un mundo dominado por gobiernos totalitarios cada vez más peligrosos. En nombre de la civilización, la paz, la democracia o la libertad se siguen cometiendo las atrocidades más espantosas. Se mata sin ningún cargo de conciencia y se justifica el asesinato masivo. Todo esta disponible para operar en el campo de batalla. Armas ligeras, carros de combate, satélites espías, bombas inteligentes o arsenal químico-biológico. Los soldados son preparados psicológicamente y se ven inmersos en un proceso de indiferencia e invisibilidad moral frente al enemigo. Es la deshumanización del otro. En el nuevo mundo del siglo XXI los críticos de la guerra, los defensores de los derechos civiles y políticos son considerados sujetos con conductas desviadas. Minorías a las cuales se les debe aplicar la violencia como acción disuasoria.
El aniquilamiento de pueblos, etnias y sociedades enteras se esta llevando a cabo de manera racional y planificada. No cabe explicar de otra manera la acción del Estado de Israel contra el pueblo palestino. La solución final, aquella estrategia defendida por el poder nazi parece resucitar hoy en la cabeza de los responsables israelitas de la política de guerra diseñada para combatir las reivindicaciones del pueblo palestino. Pero para que un Estado, en este caso Israel, se plantee el aniquilamiento del enemigo y tenga la seguridad de contar con aliados es necesario poseer un argumento muy sólido. Dicho argumento nace de una concepción espúrea del Holocausto. Concepción articulada en torno al sufrimiento soportado por el pueblo judío durante la segunda guerra mundial y el Tercer Reich.
Zygmunt Bauman, premio Adorno de Sociología, el "Nobel" de la disciplina, ha escrito uno de los mejores textos sobre el problema: Modernidad y Holocausto. En su prólogo hace explicitas las consecuencias de esta interpretación manipulada del holocausto: "El Estado judío intentó utilizar los recuerdos trágicos como certificado de legitimidad política, como un salvoconducto para todas las actuaciones políticas pasadas y futuras y, sobre todo, como pago por adelantado de todas las injusticias que pudiera cometer". Y más adelante señala las consecuencias de haber concebido el holocausto como un problema meramente judío o producto de la locura irracional del Nuevo Orden que Hitler se propuso instituir. "El Holocausto no fue simplemente un problema judío ni fue un episodio sólo de la historia judía. El holocausto se gestó y se puso en práctica en nuestra sociedad moderna y racional, en una fase avanzada de nuestra civilización y en un momento álgido de nuestra cultura y, por esta razón, es un problema de esa sociedad, de esa civilización y de esa cultura. Por esta razón, la autocuración de la memoria histórica que tiene lugar en la conciencia de la sociedad moderna no sólo constituye una negligencia ofensiva para las víctimas del genocidio, también un símbolo de una ceguera peligrosa y potencialmente suicida".
Hoy se sufren las consecuencias de esta interpretación del genocidio. Los países occidentales justifican y apoyan los bombardeos realizados por el gobierno de Israel contra la autoridad palestina si éstos mantienen una intensidad moderada. En nombre de la lucha contra el terrorismo internacional se le otorga al gobierno de Israel licencia para matar. Las consecuencias directas de esta política es el avance en el interior de la sociedad israelita de un régimen de terror sobre el cuál se edifica la conciencia del ser judío. Es decir, se despliegan las condiciones para el desarrollo de un sionismo organizador de la identidad colectiva. Si en Israel han aparecido voces valientes contrarias a los bombardeos de los territorios palestinos, éstas son acalladas bajo el adjetivo genérico de enemigo del Estado de Israel. El recurso al antisemitismo siempre es bienvenido en estas circunstancias. Y en el saco del antisemitismo cabe todo.
Pretender legitimar esta acción de terrorismo de Estado bajo la idea del dolor implica desconocer el sufrimiento de otros pueblos y su legítimo derecho a existir de forma independiente y soberana. Padecer dolor no habilita ni legitima el uso de comportamientos anti-democráticos por quienes se niegan hoy a reconocer el Estado de Palestina.
Israel ha fundado su nacionalidad en contra del pueblo palestino y no puede asumir la existencia de un Estado que representa en su imaginario social el enemigo a destruir. Mientras no se cambie esta percepción las posibilidades reales de paz se encuentran supeditadas a la presión internacional por hacer comprender a Israel que el pueblo palestino no nació para destruir su identidad. Es más, mientras no se cambie la concepción del holocausto que justifica en la actualidad el terrorismo de Estado ejercido por Israel será imposible lograr una paz en la región. Vale la pena hacer el esfuerzo por desmitificar los orígenes del holocausto, la vida de muchas personas está en juego. Las políticas de exterminio racional no son un acontecimiento singular al margen de nuestra cultura y nuestra sociedad. Como señala Bauman: "El Holocausto no fue un acontecimiento singular, ni una manifestación terrible pero puntal de un barbarismo persistente, fue un fenómeno estrechamente vinculado con las características de la modernidad". De nosotros depende evitar su renacimiento.
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