Carlos Monsiváis
José Emilio Pacheco / La Jornada
No puedo concebir un México sin la presencia ubicua de Carlos Monsiváis. Durante muchos años nos acostumbramos a leerlo, a escucharlo en conferencias por todas partes y en programas de radio, y a verlo en la televisión, a tal punto que parece imposible resignarse al nunca más.
Perdemos una conciencia crítica irremplazable. Nos queda, en cambio, una obra vastísima que empezó en Días de guardar (1970) y culminó en Apocalipstick (2009), uno de sus grandes libros.
Fue valiente, lúcido, implacable. Estuvo siempre con las minorías y los oprimidos. Esto lo saben todos. Menos apreciada es su labor de crítico literario y, en particular, de poesía. Era un excelente lector poético y, tal vez, el último que se sabía poemas de memoria.
Para mí es una pérdida irreparable. Termina una amistad de medio siglo, pero no acaba la deuda muy grande con su inteligencia y agudeza. Estuvimos juntos en muchas partes, desde Estaciones en nuestra adolescencia hasta las revistas de este siglo XXI.
Lo descubrí en Medio Siglo, donde publicó dos ensayos deslumbrantes, uno sobre novela policial y otro acerca de ciencia ficción. Son obras de un adolescente de 18 años y sin embargo pueden leerse como si hubieran sido escritos anoche.
Ante su muerte sólo podemos leerlo y releerlo, y darle al fin el sitio que merece entre los grandes escritores mexicanos de todos los tiempos.
José Emilio Pacheco / La Jornada
No puedo concebir un México sin la presencia ubicua de Carlos Monsiváis. Durante muchos años nos acostumbramos a leerlo, a escucharlo en conferencias por todas partes y en programas de radio, y a verlo en la televisión, a tal punto que parece imposible resignarse al nunca más.
Perdemos una conciencia crítica irremplazable. Nos queda, en cambio, una obra vastísima que empezó en Días de guardar (1970) y culminó en Apocalipstick (2009), uno de sus grandes libros.
Fue valiente, lúcido, implacable. Estuvo siempre con las minorías y los oprimidos. Esto lo saben todos. Menos apreciada es su labor de crítico literario y, en particular, de poesía. Era un excelente lector poético y, tal vez, el último que se sabía poemas de memoria.
Para mí es una pérdida irreparable. Termina una amistad de medio siglo, pero no acaba la deuda muy grande con su inteligencia y agudeza. Estuvimos juntos en muchas partes, desde Estaciones en nuestra adolescencia hasta las revistas de este siglo XXI.
Lo descubrí en Medio Siglo, donde publicó dos ensayos deslumbrantes, uno sobre novela policial y otro acerca de ciencia ficción. Son obras de un adolescente de 18 años y sin embargo pueden leerse como si hubieran sido escritos anoche.
Ante su muerte sólo podemos leerlo y releerlo, y darle al fin el sitio que merece entre los grandes escritores mexicanos de todos los tiempos.
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