Silvana Melo / telesur
Se me ocurre un mundial en serio. Mundial mundial, con patas sucias globales empujando con tres dedos una pelota de lo que sea. Trapo, plástico rajado o bolsita con paloma adentro. Que vuele hasta donde uno quiera o sueñe o alcancen los ojos y el alma.
Sueño con un mundial planetario donde 72 millones de jugadores niños que son pobres, que no van a la escuela, que están apretados contra las fronteras del mundo, armen potreros en todos los rincones de la tierra. En las madrigueras de los traficantes, en los trenes de los proxenetas, en los albañales de los tratantes de personas, en los sótanos de los mercaderes de las armas, en los rascacielos de los dueños de todo, en las billeteras de los señores y señoras de la caridad, en los monocultivos de los terratenientes.
72 millones de pibes africanos, asiáticos, americanos y solos, panzones en su delgadez amarilla, nidos de moscas en su tropicalidad sin agua, enfermos en las calles de la salud para pocos, haciendo corazón de las tripas para comer galletas de barro porque no hay ni lentejas en Haití. Todos pateando la pelota de diarios viejos con noticias de sangre hechos bollo y cabeceada con la ayuda del piojerío saltarín y endémico.
Se me hace que debe ser posible un mundial con 25 pibes que no se mueran diariamente por el hambre en la Argentina y que son una lista de 23 más dos y que le ganen a cualquiera. Una lista de 23 más dos donde la rabona sea posible con huesitos que no se fracturen por falta de calcio.
Donde los gemelos no se desgarren porque la teta materna no tenía nutrientes. Donde el diez no se doble de dolor porque el agua está contaminada o no está y la panza se retuerce por la escherichia coli y los bichos asociados porque la comida si estuvo no fue a la heladera, artículo suntuoso si los hay.
Un mundial sin LCD ni piernas que valen millones ni jugadores potentados llegados de países paupérrimos ni negocios espurios alrededor del más bello juego ni elegidos por privilegio celestial para estar en la cima tan alto sin ver a los condenados masivos por un anatema también celestial.
Imagino potreros sagrados en el Chaco toba y despreciado, en la Formosa cúspide de la pobreza argentina, sueño con pibes de gorrita y faso que se sacudan la penitencia pre-uterina y la punición pre-delictual y echen a volar la paloma del pecho y salgan a hacer milagros por Fiorito. Sin gigantografías que tapen la tragedia ni merchandising de la FIFA ni bongoes de mentira de la Coca Cola.
Quiero una banda de pibes morenos y de los márgenes que aparezcan desde abajo de las tierras y le roben a pelota a Cristiano Ronaldo y a Messi y a Rooney y les pinten la cara a los dueños del mundo con un gol de chilena a las puertas del cielo.
Esos serán los héroes de los tiempos que se devoren a los monstruos ruines de la injusticia. Esos, los que se traigan de los subsuelos del mundo la copa dorada de pan crujiente. Que se multiplicará como en la cesta de los tiempos, para que no falte nunca más. Ni el pan de la copa dorada. Ni la ternura del trapo redondo que los tres dedos sucios y descalzos clavan maravillosamente en el ángulo izquierdo del mundo.
Se me ocurre un mundial en serio. Mundial mundial, con patas sucias globales empujando con tres dedos una pelota de lo que sea. Trapo, plástico rajado o bolsita con paloma adentro. Que vuele hasta donde uno quiera o sueñe o alcancen los ojos y el alma.
Sueño con un mundial planetario donde 72 millones de jugadores niños que son pobres, que no van a la escuela, que están apretados contra las fronteras del mundo, armen potreros en todos los rincones de la tierra. En las madrigueras de los traficantes, en los trenes de los proxenetas, en los albañales de los tratantes de personas, en los sótanos de los mercaderes de las armas, en los rascacielos de los dueños de todo, en las billeteras de los señores y señoras de la caridad, en los monocultivos de los terratenientes.
72 millones de pibes africanos, asiáticos, americanos y solos, panzones en su delgadez amarilla, nidos de moscas en su tropicalidad sin agua, enfermos en las calles de la salud para pocos, haciendo corazón de las tripas para comer galletas de barro porque no hay ni lentejas en Haití. Todos pateando la pelota de diarios viejos con noticias de sangre hechos bollo y cabeceada con la ayuda del piojerío saltarín y endémico.
Se me hace que debe ser posible un mundial con 25 pibes que no se mueran diariamente por el hambre en la Argentina y que son una lista de 23 más dos y que le ganen a cualquiera. Una lista de 23 más dos donde la rabona sea posible con huesitos que no se fracturen por falta de calcio.
Donde los gemelos no se desgarren porque la teta materna no tenía nutrientes. Donde el diez no se doble de dolor porque el agua está contaminada o no está y la panza se retuerce por la escherichia coli y los bichos asociados porque la comida si estuvo no fue a la heladera, artículo suntuoso si los hay.
Un mundial sin LCD ni piernas que valen millones ni jugadores potentados llegados de países paupérrimos ni negocios espurios alrededor del más bello juego ni elegidos por privilegio celestial para estar en la cima tan alto sin ver a los condenados masivos por un anatema también celestial.
Imagino potreros sagrados en el Chaco toba y despreciado, en la Formosa cúspide de la pobreza argentina, sueño con pibes de gorrita y faso que se sacudan la penitencia pre-uterina y la punición pre-delictual y echen a volar la paloma del pecho y salgan a hacer milagros por Fiorito. Sin gigantografías que tapen la tragedia ni merchandising de la FIFA ni bongoes de mentira de la Coca Cola.
Quiero una banda de pibes morenos y de los márgenes que aparezcan desde abajo de las tierras y le roben a pelota a Cristiano Ronaldo y a Messi y a Rooney y les pinten la cara a los dueños del mundo con un gol de chilena a las puertas del cielo.
Esos serán los héroes de los tiempos que se devoren a los monstruos ruines de la injusticia. Esos, los que se traigan de los subsuelos del mundo la copa dorada de pan crujiente. Que se multiplicará como en la cesta de los tiempos, para que no falte nunca más. Ni el pan de la copa dorada. Ni la ternura del trapo redondo que los tres dedos sucios y descalzos clavan maravillosamente en el ángulo izquierdo del mundo.
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