Jorge Gómez Barata
Tras la reciente votación en el Consejo de Seguridad de la ONU en la que se aprobaron nuevas sanciones contra Irán, ejercicio en el cual los miembros permanentes votaron de modo unánime mientras Brasil y Turquía lo hacían en contra, el presidente brasileño Luis Inacio Lula da Silva declaró: “…El Consejo de Seguridad representa la misma correlación de fuerzas que cuando fue creado…” Fue lapidario.
La historia del Consejo de Seguridad refleja el proceso de concertación entre las grandes potencias para construir una hegemonía planetaria bajo su egida, propósito al que subordinan consideraciones ideológicas que parecieron infranqueables. Alguna vez, en ese órgano junto a Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia estuvieron la Unión Soviética y los representantes de Chiang Kai-shek. Nadie debería extrañarse de lo que ahora ocurre. La empatía no es ideológica sino geopolítica.
Setenta años atrás, cuando se hizo evidente que la guerra desatada por Hitler no era un conflicto europeo más y fue obvio que Estados Unidos se vería involucrado, el presidente Franklin D. Roosevelt, desencadenó un proceso que conduciría a la integración de la coalición aliada, a la conducción colegiada de la guerra y a la creación de la ONU, empeño en el que le acompañarían Stalin y Churchill.
En 1933 cuando Roosevelt y Hitler tomaron el poder en Alemania y los Estados Unidos respectivamente, los norteamericanos no sólo no querían involucrarse en una guerra, sino que no podían hacerlo porque lo impedían las leyes de neutralidad dictadas como resultado del desastre que para Estados Unidos significó la Primera Guerra Mundial, en la cual sus fuerzas tuvieron casi 150 000 muertos, cosa que el Congreso no le perdonó al presidente Wilson a quien penalizaron al no suscribir el Tratado de Versalles, vetar el ingresó en la Sociedad de Naciones y aprobar las mencionadas leyes.
El curso que condujo a la formación de la ONU comenzó el 14 de agosto de 1941 cuando en las costas de Terranova, a bordo del HMS Príncipe de Gales, el presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt y Winston Churchill, el primer británico, suscribieron la “Carta del Atlántico”, texto al que rápidamente se adhirieron casi treinta países, incluyendo a la Unión Soviética y que se convertiría en borrador para la Carta de la ONU, adoptada en San Francisco el 26 de junio de 1945.
Ningún otro proceso político internacional de la Era Moderna fue conducido con más apego al consenso como la creación de las Naciones Unidas, mérito que corresponde a Roosevelt, Churchill y Stalin, que pese a diferencias ideológicas y políticas y en una época en que la aviación daba sus primeros pasos y la navegación marítima era insegura, se encontraron personalmente en tres oportunidades, en las cuales avanzaron en el diseño de un sistema de seguridad colectiva para la posguerra que les permitiría no enfrentarse entre ellos y dictar pautas al mundo.
En noviembre de 1943, camino de Teherán, Roosevelt y Churchill hicieron escala en El Cairo para encontrarse allí con Chiang Kai-shek, entonces reconocido como máximo representante de China y tratar con él aspectos de la guerra contra Japón y del futuro de Asia. Días después entre el 28 de noviembre y el primero de diciembre de 1943, en Teherán se sumaría Stalin para protagonizar el primer encuentro de los Tres Grandes.
Meses después se reunieron en Moscú los representantes de las tres potencias más China para delinear los contornos de la organización internacional que formaría el núcleo del sistema de seguridad colectiva de la posguerra. Más tarde en Dumbarton Oaks, se trabajó en la redacción de la Carta de la ONU, en cuyos aspectos principales hubo consenso excepto en lo relativo al Consejo de Seguridad. Se trataba de decidir cómo se adoptarían las decisiones de obligatorio cumplimiento y quienes decidirían sobre el uso de la fuerza.
En febrero de 1945 en Yalta, Roosevelt, Churchill y Stalin, personalmente perfilaron el Capítulo VII de la Carta de la ONU y resolvieron que los tres países que ellos representaban más China (luego se sumaría Francia) serían los miembros permanentes del Consejo, acordando una clausula, según la cual las decisiones vinculantes y el uso de la fuerza requeriría de la unanimidad de ellos cinco, de ahí nació el veto.
El resto de la historia es conocido. En 1971 la República Popular China fue admitida en la ONU y ocupó el puesto que legítimamente le corresponde en el Consejo de Seguridad, en el cual la potestad de veto ha sido ejercida en cientos de ocasiones, en primer lugar por la Unión Soviética, para impedir resoluciones condenatorias o discriminatorias, Estados Unidos para defender a Israel y en menor medida por el resto de las potencias; quien menos ha abusado de ese privilegio es la República Popular China.
Lula, con la amargura de haber sido ignorado no sólo por Estados Unidos y sus aliados tradicionales, sino también por Rusia y China, sus socios en el BRIC que en lugar de maniobrar, asumir positivamente el acuerdo alcanzado para el intercambio de uranio y ganar tiempo para dar una oportunidad a la diplomacia, prefirieron distanciarse y dejar al Estado persa en una peligrosa soledad, deberá ahora reconsiderar alguna de sus prioridades.
El pragmatismo de Rusia y China pueden haber traído a Brasil de regreso de la ilusión de que, en una eventual ampliación del Consejo de Seguridad, pudiera acceder como miembro permanente un órgano que no es otra cosa que un club de millonarios armados con bombas atómicas, preocupados sobre todo por conservar los equilibrios estratégicos que les permitan realizar sus objetivos nacionales e internacionales, empeño ante lo cual sacrifican cualquier otra consideración.
Es probable que si alguna vez el Consejo fuera ampliado, será el propio órgano quien decida quienes cuentan con avales suficientes para acceder al más selecto de los clubes políticos. Por mi parte no albergo duda acerca de que, en lugar de a una impredecible potencia emergente, preferirán a Alemania, Japón e Italia sin importar que antes fueran las potencias derrotadas, dos de las cuales eran países ocupados cuando en 1945, cincuenta naciones, la mitad de ellas del Tercer Mundo, fundaron la ONU.
Brasil ha llegado a un punto del camino en el cual no puede evadir la elección: Está con ellos o está con los otros. Allá nos vemos.
Fuente:http://moncadalectores.blogspot.com/2010/06/jorge-gomez-barata-tras-la-reciente.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario