Mario Vargas Llosa: un escritor
Álvaro Cuadra.*
Mario Vargas Llosa ha sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura 2010, lo que más allá de cualquier consideración, debiera enorgullecer a las letras hispanoamericanas. Este narrador y ensayista, nacido en Perú en 1936, es el último representante de una generación de gigantes que elevó nuestra cultura a la más alta dignidad literaria. Esta empresa portentosa inmortalizó nombres de toda América Latina, entre los cuales no podemos olvidar a Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, José Donoso, Gabriel García Márquez, José Lezama Lima, Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo y, desde luego, a Mario Vargas Llosa.
Durante la segunda mitad del siglo XX, la nueva narrativa hispanoamericana nace de un conjunto de prácticas escriturales claves o modelizadoras: estas obras fundacionales o paradigmáticas traen una cierta “modernidad” al universo literario latinoamericano que lo sitúa entre las más importantes del planeta.
Coincidiendo con la crítica habría que consentir que el espacio de la nueva novela se inicia con El Aleph de Jorge Luis Borges publicado en 1949; se sigue con Pedro Páramo de Rulfo aparecido en 1955; Rayuela de Julio Cortázar, 1963; La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa 1963, Paradiso de Lezama Lima, 1966; y concluye con Cien años de soledad de Gabriel García Márquez en 1967.
En este siglo XXI que comienza, el paisaje cultural latinoamericano está dejando atrás aquella “ciudad letrada” en que la palabra escrita dibujaba la semblanza mestiza de nuestros pueblos. En este mundo que emerge, pareciera que para las nuevas generaciones ya no es la letra impresa sino la “ciudad virtual” construida de imágenes audiovisuales digitalizadas la que adquiere protagonismo. Las nuevas tecnologías nos ofrecen formas impensadas de registro y memoria. Sin embargo, son los escritores del siglo XX los que han atesorado los límites de nuestro imaginario y nuestra historia para los siglos venideros.
Un escritor debiera ser ponderado y enaltecido por la maestría en su oficio, aquella que se expresa en ese espacio hierático que es la escritura. Todo escritor, sea consciente o no de ello, escribe para siempre. Así, Borges, Cortázar, García Márquez o Vargas Llosa han alcanzado la inmortalidad como grandes creadores de universos.
Esta vocación de eternidad, empero, está, de manera ineluctable, inscrita en una circunstancia histórica. Todo escritor encarna las ideas y contradicciones de su tiempo. Por ello, junto con felicitarnos por este nuevo galardón a las letras hispanas, habría que repetir aquellas sabias palabras con que Jorge Luis Borges despidió a Julio Cortázar en 1984… “Ha sido condenado, o aprobado, por sus opiniones políticas. Fuera de la ética, entiendo que las opiniones de un hombre suelen ser superficiales y efímeras”.
* Doctor en semiología, Universidad de La Sorbona, Francia. Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados, Universidad ARCIS, Chile.
Fuente sur y sur
Álvaro Cuadra.*
Mario Vargas Llosa ha sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura 2010, lo que más allá de cualquier consideración, debiera enorgullecer a las letras hispanoamericanas. Este narrador y ensayista, nacido en Perú en 1936, es el último representante de una generación de gigantes que elevó nuestra cultura a la más alta dignidad literaria. Esta empresa portentosa inmortalizó nombres de toda América Latina, entre los cuales no podemos olvidar a Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, José Donoso, Gabriel García Márquez, José Lezama Lima, Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo y, desde luego, a Mario Vargas Llosa.
Durante la segunda mitad del siglo XX, la nueva narrativa hispanoamericana nace de un conjunto de prácticas escriturales claves o modelizadoras: estas obras fundacionales o paradigmáticas traen una cierta “modernidad” al universo literario latinoamericano que lo sitúa entre las más importantes del planeta.
Coincidiendo con la crítica habría que consentir que el espacio de la nueva novela se inicia con El Aleph de Jorge Luis Borges publicado en 1949; se sigue con Pedro Páramo de Rulfo aparecido en 1955; Rayuela de Julio Cortázar, 1963; La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa 1963, Paradiso de Lezama Lima, 1966; y concluye con Cien años de soledad de Gabriel García Márquez en 1967.
En este siglo XXI que comienza, el paisaje cultural latinoamericano está dejando atrás aquella “ciudad letrada” en que la palabra escrita dibujaba la semblanza mestiza de nuestros pueblos. En este mundo que emerge, pareciera que para las nuevas generaciones ya no es la letra impresa sino la “ciudad virtual” construida de imágenes audiovisuales digitalizadas la que adquiere protagonismo. Las nuevas tecnologías nos ofrecen formas impensadas de registro y memoria. Sin embargo, son los escritores del siglo XX los que han atesorado los límites de nuestro imaginario y nuestra historia para los siglos venideros.
Un escritor debiera ser ponderado y enaltecido por la maestría en su oficio, aquella que se expresa en ese espacio hierático que es la escritura. Todo escritor, sea consciente o no de ello, escribe para siempre. Así, Borges, Cortázar, García Márquez o Vargas Llosa han alcanzado la inmortalidad como grandes creadores de universos.
Esta vocación de eternidad, empero, está, de manera ineluctable, inscrita en una circunstancia histórica. Todo escritor encarna las ideas y contradicciones de su tiempo. Por ello, junto con felicitarnos por este nuevo galardón a las letras hispanas, habría que repetir aquellas sabias palabras con que Jorge Luis Borges despidió a Julio Cortázar en 1984… “Ha sido condenado, o aprobado, por sus opiniones políticas. Fuera de la ética, entiendo que las opiniones de un hombre suelen ser superficiales y efímeras”.
* Doctor en semiología, Universidad de La Sorbona, Francia. Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados, Universidad ARCIS, Chile.
Fuente sur y sur
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