Le piden que no confronte, que baje la marcha, que cambie de estilo, que apele al consenso, que sea racional, que no polemice, que purgue la tropa, que escuche consejos que antes no escuchaba, que garantice la gobernabilidad. Le ponen ejemplos de líderes cautos, que no desafían, que ya maduraron, que aceptan el orden como natural y de opositores con ideas de izquierda, con convicciones y responsabilidad, que sólo se animan cuando su proyecto es testimonial. Le dicen que está débil, que se quedó sola, que los que responden no responderán, que el poder es macho, que ya lo enterraron y que lo mejor es apechugar.
Quieren que camine sin dejar la huella, que vaya despacio, que no profundice, que sólo administre, ya sin molestar. Que piense en diciembre de 2011 como su mejor final. Que no hable con Chávez, que deje a Moyano, que abra los mercados, que se integre “al mundo” y que las ganancias queden donde están, que ya no subsidie, que recorte el gasto, libere tarifas, enfríe la demanda y deje actuar al viento de cola, que con eso alcanza, que no le adjudique a su movimiento ese crecimiento que sólo la soja pudo provocar. Que ya no toque las reservas y que vuelva al Fondo Monetario Internacional. Que baje los humos, que no cacaree, que no divida a la sociedad, que no se entusiasme con todos los jóvenes que vio llorar, que a ellos se les pasa, que ella no es Evita, que no se la crea porque le va a ir mal.
Quieren otra etapa, más “republicana”, con más pragmatismo y resignación, sin leyes de medios, con más progresistas que sólo le apunten a la corrupción. Con falsos consensos que oculten el conflicto y la dominación. Ya sin jacobinos, con muchas palomas y pocos pañuelos. Con menos pasado y sin ánimo de hacer historia. Quieren un gobierno dócil, con menos política y más gestión, ya sin “crispación”, “odio” ni “rencor”.
Le piden a Cristina Fernández de Kirchner que deje de ser lo que es.
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