Edgar Borges (Desde España. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
"Primero Grecia; ya viene Portugal y luego España”. Así aseguran desde el olimpo invisible de la economía (FMI, agencias de riesgo, etc., y quédese usted con el cambio, mister dinero). Hay protestas en Atenas. “Son grupitos de radicales”, dicen los noticieros de las cadenas repetitivas del sistema consumista. ¿Cuándo se hablará de la violencia que siembra la voracidad capitalista?
Hace tiempo que la política quedó atrapada en las redes invisibles de la economía. Los políticos dan la cara, bien sea para mentir (los demagogos que, por conveniencia personal, entregaron la gestión pública al entramado financiero) o para mostrar su impotencia (los que ejercen la política para gestionar los intereses colectivos pero tienen las manos atadas ante la nueva composición de los poderes públicos). Los políticos, de un color y del otro, aparecen en televisión como títeres patéticos de una mediocre función. Arriba, en el olimpo, los inversionistas mueven los hilos de espalda al público. Y pretenden que la gente aplauda en lugar de protestar (cierto es que cada vez son más los que, dormidos, aplauden). Es la nueva composición social: primero el poder económico y después los diferentes niveles de la nada.
El sistema capitalista, desde su colapso (ocasionado por el apetito insaciable de la bestia), y ante la mirada extraviada del mundo, está desmontando su estructura para levantar un nuevo modelo de dominio superior (y absoluto) basado en la tecnología (un gran circuito desde donde poder controlar todo el negocio). Destruir pensamientos, historias y países para levantar el gran circuito de todas las grandes corporaciones amigas, todos ellos unidos por el bien de la sobrevivencia en la selva artificial que se inventaron. Es el nuevo paso veloz de la bestia.
Desde la ingenuidad o desde el chantaje, algunos repiten día a día la profecía que anuncia el final de la imprenta, cuando lo que está en juego (además de la imprenta) es el pensamiento crítico, la diversidad, la naturaleza, la calle, la vida. El sistema capitalista, a paso de huracán, nos está desmontando la humanidad (interna y externa). Es la nueva ley totalitaria del mercado, de la selva artificial: la tierra, un negocio. Sin embargo, nadie debe olvidar que, a pesar de la velocidad apabullante que se le pretende imponer a la existencia, los tiempos históricos son más largos (pacientes y precisos) que los tiempos individuales. Decir que el capitalismo está viviendo los últimos cincuenta años de su imperio vergonzoso no es una utopía. Al monstruo, en algún momento de la loca carrera, le estallará el estómago. De eso no hay dudas. Mientras, ¿cómo evitar que aumente el ya de por si dantesco saldo de víctimas de la fiera?
"Primero Grecia; ya viene Portugal y luego España”. Así aseguran desde el olimpo invisible de la economía (FMI, agencias de riesgo, etc., y quédese usted con el cambio, mister dinero). Hay protestas en Atenas. “Son grupitos de radicales”, dicen los noticieros de las cadenas repetitivas del sistema consumista. ¿Cuándo se hablará de la violencia que siembra la voracidad capitalista?
Hace tiempo que la política quedó atrapada en las redes invisibles de la economía. Los políticos dan la cara, bien sea para mentir (los demagogos que, por conveniencia personal, entregaron la gestión pública al entramado financiero) o para mostrar su impotencia (los que ejercen la política para gestionar los intereses colectivos pero tienen las manos atadas ante la nueva composición de los poderes públicos). Los políticos, de un color y del otro, aparecen en televisión como títeres patéticos de una mediocre función. Arriba, en el olimpo, los inversionistas mueven los hilos de espalda al público. Y pretenden que la gente aplauda en lugar de protestar (cierto es que cada vez son más los que, dormidos, aplauden). Es la nueva composición social: primero el poder económico y después los diferentes niveles de la nada.
El sistema capitalista, desde su colapso (ocasionado por el apetito insaciable de la bestia), y ante la mirada extraviada del mundo, está desmontando su estructura para levantar un nuevo modelo de dominio superior (y absoluto) basado en la tecnología (un gran circuito desde donde poder controlar todo el negocio). Destruir pensamientos, historias y países para levantar el gran circuito de todas las grandes corporaciones amigas, todos ellos unidos por el bien de la sobrevivencia en la selva artificial que se inventaron. Es el nuevo paso veloz de la bestia.
Desde la ingenuidad o desde el chantaje, algunos repiten día a día la profecía que anuncia el final de la imprenta, cuando lo que está en juego (además de la imprenta) es el pensamiento crítico, la diversidad, la naturaleza, la calle, la vida. El sistema capitalista, a paso de huracán, nos está desmontando la humanidad (interna y externa). Es la nueva ley totalitaria del mercado, de la selva artificial: la tierra, un negocio. Sin embargo, nadie debe olvidar que, a pesar de la velocidad apabullante que se le pretende imponer a la existencia, los tiempos históricos son más largos (pacientes y precisos) que los tiempos individuales. Decir que el capitalismo está viviendo los últimos cincuenta años de su imperio vergonzoso no es una utopía. Al monstruo, en algún momento de la loca carrera, le estallará el estómago. De eso no hay dudas. Mientras, ¿cómo evitar que aumente el ya de por si dantesco saldo de víctimas de la fiera?
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