Daniela Saidman (Desde Ciudad Guayana, Venezuela.
Colaboración especial para ARGENPRESS CULTURAL
Hace casi un año que se nos fue Benedetti y como pasa con la gente imprescindible su voz sigue nombrándonos, vivo en cada uno de los rincones, en la cotidianidad, en la lucha, en el sueño, en el viento...
“Vuelvo / quiero creer que estoy volviendo / con mi peor y mi mejor historia / conozco este camino de memoria / pero igual me sorprendo” dice Mario Benedetti en Quiero creer que estoy volviendo. Pero es que él no se fue nunca, porque no puede extinguirse el sol en una mañana, ni la brisa en la Cordillera, ni el llanto en una despedida, ni las palomas de las plazas, ni el amor en la lucha... Compañero de sueños, de caminos, de vida, Mario Benedetti (Paso de los Toros, 14 de septiembre de 1920 - Montevideo, 17 de mayo de 2009) tiene la exacta dimensión del hombre, porque su voz cálida y solidaria se fue anudando en las cotidianidades, en las lecturas y en las ganas de volar las libertades de los pueblos y sus gentes. Aprendimos a quererlo en el amor, en la complicidad de un poema que nos recordaba a otro a otros y viceversa.
Benedetti está vivo cuando lo recitamos de memoria para enamorar y enamorarnos de la vida y sus cruzadas. Está aquí, entre el ruido de las calles, en las plazas con sus pañuelos blancos, en los ojos niños, en las oficinas que pronuncian las cotidianas derrotas, en la esperanza y en el futuro que viene y viene sin pausa.
Letras de osadía
Sus letras, son las de la rebeldía, las libertarias, las que ondean en los mástiles de las escuelas, las que surcan los mares y otras humedades. Autor de más de ochenta libros, traducidos a alrededor de veinte idiomas, Benedetti fue un hombre comprometido con su tiempo, con los pueblos, con las libertades sin cortapisas.
Gracias por el fuego (1965), Primavera con una esquina rota (1982), Geografías (1984), La borra del café (1992) y Andamios (1996), son algunas de sus novelas, en las que el ser humano, con sus esquinas pobladas de fantasmas y miedos, de alegrías y esperanzas, se asoman a las rendijas y a las cotidianidades. Marcado a cal y canto por el exilio, Benedetti edificó en su obra literaria a las mujeres y hombres que somos, estos que lo leen y lo sienten, sabiéndolo a él hecho de los mismos sueños y las mismas ganas.
Los Inventarios recogen casi toda su obra poética, mientras que sus obras de teatro (El reportaje, 1958; Ida y vuelta, 1963; Pedro y el Capitán, 1979 y El viaje de salida, 2008) aunque tal vez sean menos conocidas, le dan la talla de un intelectual en todas las dimensiones posibles, además fue un incansable cuentista y un ensayista profundo, sencillo y liberador.
Es por esto que a Benedetti no es posible decirle adiós, sino bienvenirlo siempre, saludarlo como quien se toma un café con un entrañable amigo, guiñarle un ojo cuando le damos la vuelta a la esquina, haciéndolo cómplice de lo más y mejor que nos habita.
Es cierto que con él morimos un poco, pero en este año de ausencia aprendimos a revivirlo en sus versos, en el joven que fue Juan Ángel, en la Tregua que vino después y que sigue desnudándonos y mostrándonos las heridas.
Benedetti, presente
Ya se preparan en toda Nuestra América diferentes encuentros para celebrar su vida. La que siempre estará de este lado de la orilla, donde atracan los barcos de amplias velas, los que han navegado con el sol a medio cielo haciendo de la libertad la más alta bandera. Al entrañable amigo del amor adolescente y del que vino después, aprendimos a leerle entre los pliegues de la alegría y la reflexión honda y desgarrada del que está obligado a partir, solo con sus recuerdos, con las nostalgias de los roces, las voces y los rostros. Así seguimos los que nos hemos quedado sin él, pero con él a cuestas, entre los brazos, abrazándolo desde antes y ya para siempre.
Bienvenida a Benedetti
“Se nos fue Benedetti, sin querer claro, como se va casi siempre la gente más querida. Pero él está y estará siempre en los ojos de los amantes que se descubren en el roce, en la patria hecha girones de exilios y miedos, en la esperanza, en la magia, en los pasos y en lo más y mejor de los seres humanos. Está y estará siempre, siempre que haya manos que palpen su papel y sepan desnudar y desnudarse. Está, porque no es posible que no esté. Estará donde están los poetas, esos desterrados de la República que andan cantando y contando sueños y verdades, esos que saben edificar el mundo que necesariamente habrá de ser.
Pertenece al presente irrevocable de los enamorados de la vida, de esas otras y otros que sabrán decirlo y hacerlo suyo, como lo hicimos los jóvenes que fuimos y que aprendimos a saberlo poeta en todas las humanas pasiones.
A Benedetti hay que bienvenirlo en las entrañas, en las manos, en las sábanas, en el sonido del sol naciendo, en la noche con y sin estrellas, en la risa, en el dolor, en lo entero de nuestras humanidades. Hay que aprender a reconocerlo en las rebeldías, porque allí anidará su voz, así como en los amores donde susurrará sus versos. Benedetti poeta amado, incansable quijote de sueños con todo y sus alforjas llenas de adioses, estará siempre de este lado del mundo, en la orilla de los vencidos que venceremos, donde volveremos a leerlo una y otra vez para confirmar su paso y sus convicciones, las nuestras, donde también sueñan Cortázar, Martí, Nazoa, el Che, Camilo y todas y todos los que supieron hacer de la palabra una trinchera de lucha, un fusil de margaritas”.
“Vuelvo / quiero creer que estoy volviendo / con mi peor y mi mejor historia / conozco este camino de memoria / pero igual me sorprendo” dice Mario Benedetti en Quiero creer que estoy volviendo. Pero es que él no se fue nunca, porque no puede extinguirse el sol en una mañana, ni la brisa en la Cordillera, ni el llanto en una despedida, ni las palomas de las plazas, ni el amor en la lucha... Compañero de sueños, de caminos, de vida, Mario Benedetti (Paso de los Toros, 14 de septiembre de 1920 - Montevideo, 17 de mayo de 2009) tiene la exacta dimensión del hombre, porque su voz cálida y solidaria se fue anudando en las cotidianidades, en las lecturas y en las ganas de volar las libertades de los pueblos y sus gentes. Aprendimos a quererlo en el amor, en la complicidad de un poema que nos recordaba a otro a otros y viceversa.
Benedetti está vivo cuando lo recitamos de memoria para enamorar y enamorarnos de la vida y sus cruzadas. Está aquí, entre el ruido de las calles, en las plazas con sus pañuelos blancos, en los ojos niños, en las oficinas que pronuncian las cotidianas derrotas, en la esperanza y en el futuro que viene y viene sin pausa.
Letras de osadía
Sus letras, son las de la rebeldía, las libertarias, las que ondean en los mástiles de las escuelas, las que surcan los mares y otras humedades. Autor de más de ochenta libros, traducidos a alrededor de veinte idiomas, Benedetti fue un hombre comprometido con su tiempo, con los pueblos, con las libertades sin cortapisas.
Gracias por el fuego (1965), Primavera con una esquina rota (1982), Geografías (1984), La borra del café (1992) y Andamios (1996), son algunas de sus novelas, en las que el ser humano, con sus esquinas pobladas de fantasmas y miedos, de alegrías y esperanzas, se asoman a las rendijas y a las cotidianidades. Marcado a cal y canto por el exilio, Benedetti edificó en su obra literaria a las mujeres y hombres que somos, estos que lo leen y lo sienten, sabiéndolo a él hecho de los mismos sueños y las mismas ganas.
Los Inventarios recogen casi toda su obra poética, mientras que sus obras de teatro (El reportaje, 1958; Ida y vuelta, 1963; Pedro y el Capitán, 1979 y El viaje de salida, 2008) aunque tal vez sean menos conocidas, le dan la talla de un intelectual en todas las dimensiones posibles, además fue un incansable cuentista y un ensayista profundo, sencillo y liberador.
Es por esto que a Benedetti no es posible decirle adiós, sino bienvenirlo siempre, saludarlo como quien se toma un café con un entrañable amigo, guiñarle un ojo cuando le damos la vuelta a la esquina, haciéndolo cómplice de lo más y mejor que nos habita.
Es cierto que con él morimos un poco, pero en este año de ausencia aprendimos a revivirlo en sus versos, en el joven que fue Juan Ángel, en la Tregua que vino después y que sigue desnudándonos y mostrándonos las heridas.
Benedetti, presente
Ya se preparan en toda Nuestra América diferentes encuentros para celebrar su vida. La que siempre estará de este lado de la orilla, donde atracan los barcos de amplias velas, los que han navegado con el sol a medio cielo haciendo de la libertad la más alta bandera. Al entrañable amigo del amor adolescente y del que vino después, aprendimos a leerle entre los pliegues de la alegría y la reflexión honda y desgarrada del que está obligado a partir, solo con sus recuerdos, con las nostalgias de los roces, las voces y los rostros. Así seguimos los que nos hemos quedado sin él, pero con él a cuestas, entre los brazos, abrazándolo desde antes y ya para siempre.
Bienvenida a Benedetti
“Se nos fue Benedetti, sin querer claro, como se va casi siempre la gente más querida. Pero él está y estará siempre en los ojos de los amantes que se descubren en el roce, en la patria hecha girones de exilios y miedos, en la esperanza, en la magia, en los pasos y en lo más y mejor de los seres humanos. Está y estará siempre, siempre que haya manos que palpen su papel y sepan desnudar y desnudarse. Está, porque no es posible que no esté. Estará donde están los poetas, esos desterrados de la República que andan cantando y contando sueños y verdades, esos que saben edificar el mundo que necesariamente habrá de ser.
Pertenece al presente irrevocable de los enamorados de la vida, de esas otras y otros que sabrán decirlo y hacerlo suyo, como lo hicimos los jóvenes que fuimos y que aprendimos a saberlo poeta en todas las humanas pasiones.
A Benedetti hay que bienvenirlo en las entrañas, en las manos, en las sábanas, en el sonido del sol naciendo, en la noche con y sin estrellas, en la risa, en el dolor, en lo entero de nuestras humanidades. Hay que aprender a reconocerlo en las rebeldías, porque allí anidará su voz, así como en los amores donde susurrará sus versos. Benedetti poeta amado, incansable quijote de sueños con todo y sus alforjas llenas de adioses, estará siempre de este lado del mundo, en la orilla de los vencidos que venceremos, donde volveremos a leerlo una y otra vez para confirmar su paso y sus convicciones, las nuestras, donde también sueñan Cortázar, Martí, Nazoa, el Che, Camilo y todas y todos los que supieron hacer de la palabra una trinchera de lucha, un fusil de margaritas”.
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