Los festejos, a reflexión
Para el gobierno fue inevitable conmemorar la Independencia y la Revolución, considera
No veo a los sucesores de Lucas Alamán que estén dispuestos a rexaminar el pasado, lamenta el académico
Hoy ya no está la colonia ni la dictadura, pero tenemos esta república liberal de la explotación, agrega
Entonces –reitera Meyer– la Revolución no es ese destino inevitable
Arturo García Hernández
Periódico La Jornada
Miércoles 1º de septiembre de 2010, p. 4
Frente a la conmemoración del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución, la derecha mexicana no ha tenido capacidad ni interés para entablar un debate serio sobre la historia, dice el académico Lorenzo Meyer, y remacha: “No veo a los sucesores de Lucas Alamán (historiador conservador del siglo XIX) que estén dispuestos a echarse a cuestas la tarea de rexaminar el pasado mexicano y, con base en ese examen, presentar una idea distinta de país y, sobre todo, una idea de futuro”.
La Independencia y la Revolución –resalta Meyer– son dos momentos de la historia que no pueden considerarse “de derecha”, pero que un gobierno de esa orientación ideológica se ve obligado a celebrar: “Supongo que le dieron vuelta a la pregunta sobre cómo hacerle; a lo mejor estoy suponiendo demasiado y nadie le dio ninguna vuelta a nada, simplemente llegó el 2010 y alguien dijo: hay que hacer algo con las efemérides, porque es inevitable”.
Investigador y docente de El Colegio de México, autor de una amplia bibliografía que incluye títulos como Historia contemporánea de México, Fin de régimen y democracia incipiente y La segunda muerte de la Revolución Mexicana, Lorenzo Meyer observa que actualmente hay un examen sistemático y renovado de la historia de parte de distintas escuelas teóricas, “pero no por el centenario o el bicentenario, sino porque es su esencia. Los historiadores y otros profesionales de las ciencias sociales, y todo mundo en general, están examinando el pasado, independientemente de estas efemérides; lo hacen desde las preocupaciones del presente que está cambiando a una velocidad notable; lo que le preguntamos a nuestro pasado cambia de tonalidades según nuestras urgencias del presente”.
Ejemplificó: “El hecho de que la inseguridad se haya convertido en un problema generalizado en México, nos obliga de manera casi natural a volver los ojos al siglo XIX, cuando se da una explosión de inseguridad y la población estaba a expensas del bandidaje, aunque los criminales entonces eran menos duros en el uso de la violencia contra los ciudadanos”.
–Dice usted que no ve a los herederos de Lucas Alamán, ¿quiere decir que no hay actualmente una derecha ilustrada con la cual debatir?
–No la he conocido en los tiempos recientes. Hay derechistas muy bien educados, con doctorados y todo (los podemos ver dirigiendo revistas y apareciendo aquí y allá; no doy nombres para no echarme más enemigos de los que tengo), pero una derecha ilustrada, no. Una derecha ilustrada, por ejemplo, no hubiera tenido la actitud que tuvo durante la confrontación electoral de 2006, de montarse sobre el miedo de la gente para evitar lo que se veía como un cambio casi natural y necesario, como ocurrió en España tras la muerte de Franco con el difícil, complejo e inteligente establecimiento de una nueva Constitución. Aquí, la derecha decidió que no iba a arriesgarse a dejar que una izquierda encabezada por “un mesías tropical” llegara al poder, congelaron el cambio y lo que tenemos es un desastre, responsabilidad de esa derecha miedosa y abusiva.
“Una derecha ilustrada piensa en el largo plazo, en que hay que cambiar para no seguir igual, en conceder para que no se desfonde la situación; sabe que mantener el status quo sin conceder nada la condena al fracaso. La derecha ilustrada la representó el presidente Roosevelt en Estados Unidos, cuando encabezó una legislación en favor de los obreros y las clases medias, en contra de la derecha cerril que tenía encima y que lo llamó enemigo de su clase. Y vaya que le dio respiración al sistema político estadunidense cuando aún vivía bajo los efectos de la gran depresión económica de 1929. Algo así, no veo en México.
–¿Ha cambiado su reflexión sobre la Revolución Mexicana? ¿Cómo la ve actualmente?
–Antes no lo tenía tan claro, pero con el paso del tiempo me he dado cuenta de que no era necesaria ni inevitable, que fue resultado de errores y conducción de la derecha que no supo o no pudo realizar una transmisión pacífica del poder, se quedó congelada en una dictadura personal y ahí se metió en un callejón sin salida. Me formé en las ciencias sociales cuando dominaba la idea marxista de la inevitabilidad de los cambios, la idea de que la historia tiene una dirección que es el progreso. Desde esa perspectiva, se pensaba que la Revolución fue necesaria para transformar y modernizar el capitalismo mexicano; sin embargo, el resto de los países de América Latina no tuvieron esa revolución y su capitalismo está mejor que el nuestro. Madero no era revolucionario, pero rompe el impasse de la dictadura, neutraliza a sus adversarios más duros, a los rebeldes del ejército que seguían a Félix Díaz y a Bernardo Reyes, derrota a Pascual Orozco y logra cercar a Zapata, y cuando está a punto de conseguir la estabilidad, las otras fuerzas se reúnen para dar el golpe militar.
Entonces –reitera Meyer– la Revolución no es ese destino inevitable que propone una interpretación simplista del marxismo: “La Revolución ocurrió, pero pudo no haberse dado, o pudo haber sido de otra manera: podrían haber triunfado Villa o Zapata y habría sido de otra manera. Ahora pienso que una revolución es imprevisible y que es obra de los grupos sociales más que de los individuos”.
–¿De aquella Revolución, qué lecciones hay para el presente?
–Hay muchas, pero la que me parece más importante, incluso la más dramática, es que el México moderno es resultado del encuentro terrible y, este sí, casi inevitable, entre Europa y las sociedades originarias, dando lugar a una explotación brutal. Cuando la Colonia se viene abajo, en 1810, la sociedad mexicana se lanzó a la búsqueda de un nuevo acuerdo, pero todavía hoy no damos con uno que sea satisfactorio para todos, donde los diferentes componentes de la sociedad estén en disposición de dialogar con los otros de manera civilizada. La Revolución fue resultado de esa imposibilidad. Hoy ya no está la Colonia ni la dictadura, pero tenemos esta república liberal de la explotación. ¿Qué sentido tiene hoy para un mexicano común y corriente ser parte de la nación mexicana? Quizás las comunidades indígenas estuvieron mejor en términos de independencia y autonomía a mediados del siglo XIX, en medio del desastre del país visto desde una perspectiva nacional, que cuando se restablece un orden que no les ofrece muchos alicientes. La Revolución se da por esa falta de sensibilidad del poder político y económico para no quedarse metidos en el juego del todo o nada, como ocurre ahora.
“Quizás esta interpretación no la podíamos hacer hace 20 años, pero ahora sí. El presente dicta nuestra interpretación del pasado, hoy estamos recreando errores del pasado. Cuántas veces, medio en broma, se decía: primero 1810, luego 1910, ahora 2010. Y resulta que ahora estamos metidos en una guerra, hay varios ejércitos en las calles, ahora llamados cárteles, mucho mejor armados y con mejor tecnología que la que tenían los maderistas que derrocaron a Porfirio Díaz.”
–¿Y cuál es el estado actual del estudio de la historia?
–Eso sí está bien, soy optimista, porque hay una cantidad de estudios que están saliendo ahora, pero no por el bicentenario o el centenario y los dos mil y tantos millones de pesos que se van a gastar en su conmemoración, sino por el funcionamiento de instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México y muchas otras dedicadas al estudio del pasado. Muchos historiadores y otros estudiosos de las ciencias sociales encuentran que el pasado puede proveer de una de las explicaciones, no la única, no necesariamente la mejor, pero casi diría yo que siempre la indispensable para entender el presente.
Arturo García Hernández
Periódico La Jornada
Miércoles 1º de septiembre de 2010, p. 4
Frente a la conmemoración del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución, la derecha mexicana no ha tenido capacidad ni interés para entablar un debate serio sobre la historia, dice el académico Lorenzo Meyer, y remacha: “No veo a los sucesores de Lucas Alamán (historiador conservador del siglo XIX) que estén dispuestos a echarse a cuestas la tarea de rexaminar el pasado mexicano y, con base en ese examen, presentar una idea distinta de país y, sobre todo, una idea de futuro”.
La Independencia y la Revolución –resalta Meyer– son dos momentos de la historia que no pueden considerarse “de derecha”, pero que un gobierno de esa orientación ideológica se ve obligado a celebrar: “Supongo que le dieron vuelta a la pregunta sobre cómo hacerle; a lo mejor estoy suponiendo demasiado y nadie le dio ninguna vuelta a nada, simplemente llegó el 2010 y alguien dijo: hay que hacer algo con las efemérides, porque es inevitable”.
Investigador y docente de El Colegio de México, autor de una amplia bibliografía que incluye títulos como Historia contemporánea de México, Fin de régimen y democracia incipiente y La segunda muerte de la Revolución Mexicana, Lorenzo Meyer observa que actualmente hay un examen sistemático y renovado de la historia de parte de distintas escuelas teóricas, “pero no por el centenario o el bicentenario, sino porque es su esencia. Los historiadores y otros profesionales de las ciencias sociales, y todo mundo en general, están examinando el pasado, independientemente de estas efemérides; lo hacen desde las preocupaciones del presente que está cambiando a una velocidad notable; lo que le preguntamos a nuestro pasado cambia de tonalidades según nuestras urgencias del presente”.
Ejemplificó: “El hecho de que la inseguridad se haya convertido en un problema generalizado en México, nos obliga de manera casi natural a volver los ojos al siglo XIX, cuando se da una explosión de inseguridad y la población estaba a expensas del bandidaje, aunque los criminales entonces eran menos duros en el uso de la violencia contra los ciudadanos”.
–Dice usted que no ve a los herederos de Lucas Alamán, ¿quiere decir que no hay actualmente una derecha ilustrada con la cual debatir?
–No la he conocido en los tiempos recientes. Hay derechistas muy bien educados, con doctorados y todo (los podemos ver dirigiendo revistas y apareciendo aquí y allá; no doy nombres para no echarme más enemigos de los que tengo), pero una derecha ilustrada, no. Una derecha ilustrada, por ejemplo, no hubiera tenido la actitud que tuvo durante la confrontación electoral de 2006, de montarse sobre el miedo de la gente para evitar lo que se veía como un cambio casi natural y necesario, como ocurrió en España tras la muerte de Franco con el difícil, complejo e inteligente establecimiento de una nueva Constitución. Aquí, la derecha decidió que no iba a arriesgarse a dejar que una izquierda encabezada por “un mesías tropical” llegara al poder, congelaron el cambio y lo que tenemos es un desastre, responsabilidad de esa derecha miedosa y abusiva.
“Una derecha ilustrada piensa en el largo plazo, en que hay que cambiar para no seguir igual, en conceder para que no se desfonde la situación; sabe que mantener el status quo sin conceder nada la condena al fracaso. La derecha ilustrada la representó el presidente Roosevelt en Estados Unidos, cuando encabezó una legislación en favor de los obreros y las clases medias, en contra de la derecha cerril que tenía encima y que lo llamó enemigo de su clase. Y vaya que le dio respiración al sistema político estadunidense cuando aún vivía bajo los efectos de la gran depresión económica de 1929. Algo así, no veo en México.
–¿Ha cambiado su reflexión sobre la Revolución Mexicana? ¿Cómo la ve actualmente?
–Antes no lo tenía tan claro, pero con el paso del tiempo me he dado cuenta de que no era necesaria ni inevitable, que fue resultado de errores y conducción de la derecha que no supo o no pudo realizar una transmisión pacífica del poder, se quedó congelada en una dictadura personal y ahí se metió en un callejón sin salida. Me formé en las ciencias sociales cuando dominaba la idea marxista de la inevitabilidad de los cambios, la idea de que la historia tiene una dirección que es el progreso. Desde esa perspectiva, se pensaba que la Revolución fue necesaria para transformar y modernizar el capitalismo mexicano; sin embargo, el resto de los países de América Latina no tuvieron esa revolución y su capitalismo está mejor que el nuestro. Madero no era revolucionario, pero rompe el impasse de la dictadura, neutraliza a sus adversarios más duros, a los rebeldes del ejército que seguían a Félix Díaz y a Bernardo Reyes, derrota a Pascual Orozco y logra cercar a Zapata, y cuando está a punto de conseguir la estabilidad, las otras fuerzas se reúnen para dar el golpe militar.
Entonces –reitera Meyer– la Revolución no es ese destino inevitable que propone una interpretación simplista del marxismo: “La Revolución ocurrió, pero pudo no haberse dado, o pudo haber sido de otra manera: podrían haber triunfado Villa o Zapata y habría sido de otra manera. Ahora pienso que una revolución es imprevisible y que es obra de los grupos sociales más que de los individuos”.
–¿De aquella Revolución, qué lecciones hay para el presente?
–Hay muchas, pero la que me parece más importante, incluso la más dramática, es que el México moderno es resultado del encuentro terrible y, este sí, casi inevitable, entre Europa y las sociedades originarias, dando lugar a una explotación brutal. Cuando la Colonia se viene abajo, en 1810, la sociedad mexicana se lanzó a la búsqueda de un nuevo acuerdo, pero todavía hoy no damos con uno que sea satisfactorio para todos, donde los diferentes componentes de la sociedad estén en disposición de dialogar con los otros de manera civilizada. La Revolución fue resultado de esa imposibilidad. Hoy ya no está la Colonia ni la dictadura, pero tenemos esta república liberal de la explotación. ¿Qué sentido tiene hoy para un mexicano común y corriente ser parte de la nación mexicana? Quizás las comunidades indígenas estuvieron mejor en términos de independencia y autonomía a mediados del siglo XIX, en medio del desastre del país visto desde una perspectiva nacional, que cuando se restablece un orden que no les ofrece muchos alicientes. La Revolución se da por esa falta de sensibilidad del poder político y económico para no quedarse metidos en el juego del todo o nada, como ocurre ahora.
“Quizás esta interpretación no la podíamos hacer hace 20 años, pero ahora sí. El presente dicta nuestra interpretación del pasado, hoy estamos recreando errores del pasado. Cuántas veces, medio en broma, se decía: primero 1810, luego 1910, ahora 2010. Y resulta que ahora estamos metidos en una guerra, hay varios ejércitos en las calles, ahora llamados cárteles, mucho mejor armados y con mejor tecnología que la que tenían los maderistas que derrocaron a Porfirio Díaz.”
–¿Y cuál es el estado actual del estudio de la historia?
–Eso sí está bien, soy optimista, porque hay una cantidad de estudios que están saliendo ahora, pero no por el bicentenario o el centenario y los dos mil y tantos millones de pesos que se van a gastar en su conmemoración, sino por el funcionamiento de instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México y muchas otras dedicadas al estudio del pasado. Muchos historiadores y otros estudiosos de las ciencias sociales encuentran que el pasado puede proveer de una de las explicaciones, no la única, no necesariamente la mejor, pero casi diría yo que siempre la indispensable para entender el presente.
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