La matazón de drogadictos inició en Juárez, ahora es una constante en el país: sacerdote
Adictos, el eslabón más débil de violencia y narco; son víctimas de limpieza social "
Narcomenudeo, próspero negocio de zetas en NL; buscan evitar consumo con educación infantil
Adictos, el eslabón más débil de violencia y narco; son víctimas de limpieza social "
Narcomenudeo, próspero negocio de zetas en NL; buscan evitar consumo con educación infantil
El policía José Guadalupe Castañón Rodríguez enseña a estudiantes de primaria de Nuevo León los riesgos del consumo de drogas, con el fin de prevenir la drogadicción Foto Sanjuana Martínez
Sanjuana Martínez
Periódico La Jornada
Domingo 26 de septiembre de 2010, p. 7
“No se requieren drogas para ser feliz”, grita y repite con ahínco el oficial de policía José Guadalupe Castañón Rodríguez frente a un grupo de niños de primer grado de la escuela primaria José Alvarado, de la colonia Independencia de Monterrey. Este lugar es territorio de alto riesgo, la drogadicción hace estragos en niños y jóvenes, el incremento de adictos preocupa a las políticas de prevención de Seguridad Pública, por eso los pequeños de apenas seis años vociferan a todo pulmón guiados por el instructor Castañón: “Las drogas son la muerte”.
Efectivamente, en un país productor de enervantes con un millón de nuevos consumidores de mariguana y un millón 350 mil más de adictos a la cocaína, según datos oficiales del presidente Felipe Calderón, la muerte y las drogas van unidas, debido a la situación de violencia, inseguridad y narcotráfico que vive México.
La matazón de drogadictos empezó en Ciudad Juárez, pero la desaparición, levantones, secuestros y asesinatos de adictos son una constante en toda la República: “Parece una limpieza social” –dice el sacerdote Guillermo Flores, quien dirige la casa para drogodependientes Fuente de Vida, en Guadalupe, Nuevo León–. “Ellos son lo más delgadito de la cadena del narcotráfico y la violencia que padecemos. Por eso los eliminan”.
El narcomenudeo que antes existía sólo en zonas puntuales del área metropolitana de Monterrey, ahora se ha convertido en un próspero negocio para Los Zetas, que tienen dominado el mercado en la ciudad, según informes de las distintas policías. Las llamadas tienditas de droga abundan camufladas de giros que van desde tortillerías, depósitos, tiendas de abarrotes, mercerías, fruterías, discotecas, cantinas, bares…
Todos dicen saber la ubicación de los expendios de droga, excepto la policía. La procuraduría de Nuevo León se lava las manos en el combate al narcomenudeo argumentando que es delito federal, mientras la delegación de la Procuraduría General de la República en el estado evade hablar del tema y Seguridad Pública se defiende señalando que su labor sólo es preventiva.
¿Quién agrede, desaparece y asesina a los drogadictos?
La vida en una piedra
Eva se ve cansada. Casi no ha dormido. Al síndrome de abstinencia lo controla con medicamento. La mente es poderosa y presiona. Las enfermeras del hospital para drogodependientes del Centro de Integración Juvenil (CIJ), ubicado en el municipio de García, están allí para vigilarla y ayudarla a soportar la angustia, el terror, el delirio producido por la falta de droga en el cuerpo.
Tiene ojos verdes, hinchados y muy rasgados. Un listón blanco y plateado sujeta su melena. Es menuda y tímida. En sus muñecas resaltan dos cicatrices: son las huellas de un suicidio fallido, la prueba del abismo que también se experimenta con las drogas: “Quería morirme. No sé por qué me salvé. Sí lo sé. Dios sabe por qué. Ahora soy madre. Mi bebé tiene tres meses. Por él estoy aquí”, dice en entrevista.
Por cada tres hombres internos, hay una mujer, comenta el director del hospital del CIJ, Ariel López: “Cada vez disminuye más la edad de iniciación en las drogas. Ahora empiezan a los nueve o 10 años. También ahora son más las mujeres. Anteriormente, México era un país de tránsito de droga. En cambio hoy día mucha se queda”.
Esta es la tercera ocasión que Eva ingresa a un centro para intentar dejar la droga. Tiene 31 años. Dice que empezó a consumir alcohol a los 16, bebidas preparadas como piña colada, tequila sunrise o desarmador. Comenzó a fumar y luego a los 18 años probó la mariguana. A los 24 conoció a un hombre 11 años mayor que se convirtió en su pareja y la introdujo en el mundo de las drogas. A partir de entonces se hizo adicta al crack, también conocido como piedra, el enervante de moda y más consumida en México en este momento: “Nunca habíamos tenido tanta droga en las calles como ahora. Yo la compraba en la tortillería cerca de mi casa y en el depósito. Los policías saben dónde se vende. Incluso ellos también venden. A un amigo la policía le pagaba con droga para que cuidara la cuadra. Una bolsita de cocaína de un gramo cuesta 100 pesos, una piedra de crack 120 pesos. La mariguana vale entre 30 y 50 pesos, es una bolsita para hacer cinco cigarros”.
El crack, un derivado de la cocaína, produce inmediatamente una sensación de euforia aunque efímera, de apenas 15 minutos. Eva cuenta que lo fumaba en pipa y también en una lata de refresco con orificios: “Al principio no me gustaba el crack, luego en fiestas y reuniones, en mi casa, me invitaban, y así fue como me hice adicta. Es muy difícil salir de ese mundo, porque tengo que romper con todo tipo de relación anterior que haya sido un conecte con la adicción, incluida la familia. Tengo que hacer una vida nueva”.
Eva llegó a las drogas por soledad, por falta de amor y por desatención. Procede de una familia disfuncional. Su padre murió cuando era muy niña y fue su madre la encargada de sacarla adelante junto a su hermana. Ambas se criaron con parientes y personas contratadas para cuidarlas. Terminó la carrera de mercadotecnia en una universidad incorporada al Tecnológico de Monterrey: “No me di cuenta cómo me enredé en esto. Además, ahora la droga está más cortada, le meten más químicos adictivos y que hacen más daño. Por ejemplo, en el crack incluyen una sustancia que utilizan para el veneno para ratas. Aún así, en mi entorno la mayoría de las personas son adictas”.
Su madre la alertó sobre las desapariciones de drogadictos en Monterrey. Las familias con hijos levantados muchas veces prefieren callar porque han sido amenazadas: “Tenía mucho miedo que a mí también me pasara. Dicen que los levantan porque roban. Se los llevan y ya nadie sabe nunca más de ellos. Es muy triste”.
Los riesgos a los que se enfrentan los drogadictos en la dquisición y consumo de droga son diversos, pero Eva asegura que ella nunca fue a un “picadero” para drogarse. Dice que lo hacía en casa de su pareja y en las discotecas: “Es fácil. Pides la droga en la barra. Te la llevan a tu lugar. Rentas un privado y allí consumes con tus amigos. Todo va a peor. Ahora ya le venden a todo mundo, a los niños, ya no respetan nada. Están afuera de las escuelas. Los mismos que venden en la calle están fumando mariguana y cocaína. Nadie puede decir nada. Y nadie hace nada”.
“Son las víctimas”
Una buena parte de las clínicas de desintoxicación y rehabilitación que existen en México son de carácter privado. Se estima que cada año se internan más de 100 mil personas para recibir tratamiento. El CIJ, por ejemplo, tiene 42 centros en la República, que sobreviven gracias a donativos y a veces por subvenciones gubernamentales, que nunca llegan, como en el caso de Nuevo León, donde la administración de Rodrigo Medina se comprometió a apoyar a estos centros, pero con el argumento de los gastos ocasionados por el huracán Alex se les suspendió el respaldo: “Nuestro tipo de paciente es disfuncional, es decir, el que ya está grave, el que ya no funciona en su trabajo, el que tiene problemas con la familia y muchas veces el que tiene conflictos con la ley. La mayoría de nuestros internos ha incurrido en algún delito”, narra el doctor Ariel López.
El deseo de ayudar a los demás llevó a este médico general a convertirse en director del hospital del CIJ. Sentado en su oficina narra los métodos que utilizan para rehabilitar a los adictos: “Ellos son enfermos. Quienes estamos aquí sabemos que son las víctimas. Cada joven que logramos recuperar significa una familia beneficiada y también un bien para la sociedad”.
El centro tiene capacidad sólo para 25 internos y cuenta con sicólogos, terapeutas, enfermeras, médicos y trabajadoras sociales. Los jóvenes son sometidos a una estricta disciplina de actividades durante todo el día a lo largo de 12 semanas: “La adicción mayor que tenemos en esta unidad es al crack. Es una droga altamente adictiva, tiene un efecto muy intenso, pero muy breve. Es el placer de la euforia. Eso hace que deseen consumir más y el daño es desastroso. Desarrollan una tos con flema de color negro por toda la ceniza que inhalan”.
El doctor López ha visto verdaderos dramas e historias conmovedoras de personas internas: “Lo que la sociedad tiene que comprender es que el adicto es una persona enferma, no un vicioso”.
El policía Castañón dice estar convencido de que la clave para disminuir el consumo de drogas en México es la prevención. Los niños lo abrazan en los pasillos de la escuela donde ofrece el programa de Educación a la Resistencia del Abuso de las Drogas y a la Violencia (Dare) impartido en 43 países: “Combatimos las drogas con información y prevención en las escuelas. La clave también está en la casa, en la familia, en el amor. Los niños son rescatables. No para detenerlos cuando crezcan, sino para educarlos”.
Sanjuana Martínez
Periódico La Jornada
Domingo 26 de septiembre de 2010, p. 7
“No se requieren drogas para ser feliz”, grita y repite con ahínco el oficial de policía José Guadalupe Castañón Rodríguez frente a un grupo de niños de primer grado de la escuela primaria José Alvarado, de la colonia Independencia de Monterrey. Este lugar es territorio de alto riesgo, la drogadicción hace estragos en niños y jóvenes, el incremento de adictos preocupa a las políticas de prevención de Seguridad Pública, por eso los pequeños de apenas seis años vociferan a todo pulmón guiados por el instructor Castañón: “Las drogas son la muerte”.
Efectivamente, en un país productor de enervantes con un millón de nuevos consumidores de mariguana y un millón 350 mil más de adictos a la cocaína, según datos oficiales del presidente Felipe Calderón, la muerte y las drogas van unidas, debido a la situación de violencia, inseguridad y narcotráfico que vive México.
La matazón de drogadictos empezó en Ciudad Juárez, pero la desaparición, levantones, secuestros y asesinatos de adictos son una constante en toda la República: “Parece una limpieza social” –dice el sacerdote Guillermo Flores, quien dirige la casa para drogodependientes Fuente de Vida, en Guadalupe, Nuevo León–. “Ellos son lo más delgadito de la cadena del narcotráfico y la violencia que padecemos. Por eso los eliminan”.
El narcomenudeo que antes existía sólo en zonas puntuales del área metropolitana de Monterrey, ahora se ha convertido en un próspero negocio para Los Zetas, que tienen dominado el mercado en la ciudad, según informes de las distintas policías. Las llamadas tienditas de droga abundan camufladas de giros que van desde tortillerías, depósitos, tiendas de abarrotes, mercerías, fruterías, discotecas, cantinas, bares…
Todos dicen saber la ubicación de los expendios de droga, excepto la policía. La procuraduría de Nuevo León se lava las manos en el combate al narcomenudeo argumentando que es delito federal, mientras la delegación de la Procuraduría General de la República en el estado evade hablar del tema y Seguridad Pública se defiende señalando que su labor sólo es preventiva.
¿Quién agrede, desaparece y asesina a los drogadictos?
La vida en una piedra
Eva se ve cansada. Casi no ha dormido. Al síndrome de abstinencia lo controla con medicamento. La mente es poderosa y presiona. Las enfermeras del hospital para drogodependientes del Centro de Integración Juvenil (CIJ), ubicado en el municipio de García, están allí para vigilarla y ayudarla a soportar la angustia, el terror, el delirio producido por la falta de droga en el cuerpo.
Tiene ojos verdes, hinchados y muy rasgados. Un listón blanco y plateado sujeta su melena. Es menuda y tímida. En sus muñecas resaltan dos cicatrices: son las huellas de un suicidio fallido, la prueba del abismo que también se experimenta con las drogas: “Quería morirme. No sé por qué me salvé. Sí lo sé. Dios sabe por qué. Ahora soy madre. Mi bebé tiene tres meses. Por él estoy aquí”, dice en entrevista.
Por cada tres hombres internos, hay una mujer, comenta el director del hospital del CIJ, Ariel López: “Cada vez disminuye más la edad de iniciación en las drogas. Ahora empiezan a los nueve o 10 años. También ahora son más las mujeres. Anteriormente, México era un país de tránsito de droga. En cambio hoy día mucha se queda”.
Esta es la tercera ocasión que Eva ingresa a un centro para intentar dejar la droga. Tiene 31 años. Dice que empezó a consumir alcohol a los 16, bebidas preparadas como piña colada, tequila sunrise o desarmador. Comenzó a fumar y luego a los 18 años probó la mariguana. A los 24 conoció a un hombre 11 años mayor que se convirtió en su pareja y la introdujo en el mundo de las drogas. A partir de entonces se hizo adicta al crack, también conocido como piedra, el enervante de moda y más consumida en México en este momento: “Nunca habíamos tenido tanta droga en las calles como ahora. Yo la compraba en la tortillería cerca de mi casa y en el depósito. Los policías saben dónde se vende. Incluso ellos también venden. A un amigo la policía le pagaba con droga para que cuidara la cuadra. Una bolsita de cocaína de un gramo cuesta 100 pesos, una piedra de crack 120 pesos. La mariguana vale entre 30 y 50 pesos, es una bolsita para hacer cinco cigarros”.
El crack, un derivado de la cocaína, produce inmediatamente una sensación de euforia aunque efímera, de apenas 15 minutos. Eva cuenta que lo fumaba en pipa y también en una lata de refresco con orificios: “Al principio no me gustaba el crack, luego en fiestas y reuniones, en mi casa, me invitaban, y así fue como me hice adicta. Es muy difícil salir de ese mundo, porque tengo que romper con todo tipo de relación anterior que haya sido un conecte con la adicción, incluida la familia. Tengo que hacer una vida nueva”.
Eva llegó a las drogas por soledad, por falta de amor y por desatención. Procede de una familia disfuncional. Su padre murió cuando era muy niña y fue su madre la encargada de sacarla adelante junto a su hermana. Ambas se criaron con parientes y personas contratadas para cuidarlas. Terminó la carrera de mercadotecnia en una universidad incorporada al Tecnológico de Monterrey: “No me di cuenta cómo me enredé en esto. Además, ahora la droga está más cortada, le meten más químicos adictivos y que hacen más daño. Por ejemplo, en el crack incluyen una sustancia que utilizan para el veneno para ratas. Aún así, en mi entorno la mayoría de las personas son adictas”.
Su madre la alertó sobre las desapariciones de drogadictos en Monterrey. Las familias con hijos levantados muchas veces prefieren callar porque han sido amenazadas: “Tenía mucho miedo que a mí también me pasara. Dicen que los levantan porque roban. Se los llevan y ya nadie sabe nunca más de ellos. Es muy triste”.
Los riesgos a los que se enfrentan los drogadictos en la dquisición y consumo de droga son diversos, pero Eva asegura que ella nunca fue a un “picadero” para drogarse. Dice que lo hacía en casa de su pareja y en las discotecas: “Es fácil. Pides la droga en la barra. Te la llevan a tu lugar. Rentas un privado y allí consumes con tus amigos. Todo va a peor. Ahora ya le venden a todo mundo, a los niños, ya no respetan nada. Están afuera de las escuelas. Los mismos que venden en la calle están fumando mariguana y cocaína. Nadie puede decir nada. Y nadie hace nada”.
“Son las víctimas”
Una buena parte de las clínicas de desintoxicación y rehabilitación que existen en México son de carácter privado. Se estima que cada año se internan más de 100 mil personas para recibir tratamiento. El CIJ, por ejemplo, tiene 42 centros en la República, que sobreviven gracias a donativos y a veces por subvenciones gubernamentales, que nunca llegan, como en el caso de Nuevo León, donde la administración de Rodrigo Medina se comprometió a apoyar a estos centros, pero con el argumento de los gastos ocasionados por el huracán Alex se les suspendió el respaldo: “Nuestro tipo de paciente es disfuncional, es decir, el que ya está grave, el que ya no funciona en su trabajo, el que tiene problemas con la familia y muchas veces el que tiene conflictos con la ley. La mayoría de nuestros internos ha incurrido en algún delito”, narra el doctor Ariel López.
El deseo de ayudar a los demás llevó a este médico general a convertirse en director del hospital del CIJ. Sentado en su oficina narra los métodos que utilizan para rehabilitar a los adictos: “Ellos son enfermos. Quienes estamos aquí sabemos que son las víctimas. Cada joven que logramos recuperar significa una familia beneficiada y también un bien para la sociedad”.
El centro tiene capacidad sólo para 25 internos y cuenta con sicólogos, terapeutas, enfermeras, médicos y trabajadoras sociales. Los jóvenes son sometidos a una estricta disciplina de actividades durante todo el día a lo largo de 12 semanas: “La adicción mayor que tenemos en esta unidad es al crack. Es una droga altamente adictiva, tiene un efecto muy intenso, pero muy breve. Es el placer de la euforia. Eso hace que deseen consumir más y el daño es desastroso. Desarrollan una tos con flema de color negro por toda la ceniza que inhalan”.
El doctor López ha visto verdaderos dramas e historias conmovedoras de personas internas: “Lo que la sociedad tiene que comprender es que el adicto es una persona enferma, no un vicioso”.
El policía Castañón dice estar convencido de que la clave para disminuir el consumo de drogas en México es la prevención. Los niños lo abrazan en los pasillos de la escuela donde ofrece el programa de Educación a la Resistencia del Abuso de las Drogas y a la Violencia (Dare) impartido en 43 países: “Combatimos las drogas con información y prevención en las escuelas. La clave también está en la casa, en la familia, en el amor. Los niños son rescatables. No para detenerlos cuando crezcan, sino para educarlos”.
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