¿En qué pueden creer los que no creen?
Octavio Rodríguez Araujo / La jornada
Todo parece indicar que Felipe Calderón no logra consensos en ningún lado, ni siquiera entre los suyos. Constantemente le corrigen la plana, o se la corrigen entre sí sus propios colaboradores. El resultado es que ya no sabe uno, humilde lector de periódicos, qué es verdad y qué es mentira.
Esto no pasaba antes, digamos hace 30 años, más o menos. Al gobierno no le creíamos nada, ni los censos de población, mucho menos el padrón electoral o las cifras de la inflación o del desempleo. Pero les creíamos a los movimientos sociales y a los grupos ciudadanos incluso en épocas de catástrofes. Ahora tenemos que cruzar información para más o menos darnos una idea de por dónde va la bolita y si apoyamos o no a un cierto grupo o movimiento social. El descrédito cabalga entre todos los mexicanos y ya ni la Iglesia convence con sus argumentos y gritos desaforados de algunos obispos bocones; al contrario, cada vez pierde más creyentes.
La pregunta del coloquio organizado por la UNAM Valores para la sociedad contemporánea, llevado a cabo en Tlatelolco, es altamente significativa y una invitación a la reflexión: “¿En qué pueden creer los que no creen?” Mi apreciada Juliana González lo dijo muy bien: “Se requiere, de manera literal, actualizar el valor de los propios valores y la manera de valorarlos”, y esto, planteado sobre los valores, es igual para la información y el análisis, incluso político. En el mismo día y en el mismo diario (La Jornada) se lee que la señora Elba Esther Gordillo ha convocado a defender la educación laica en las aulas, en tanto que hace siete años ayudó al financiamiento de la Guía para padres de la fundación Vamos México para inculcar en los niños mexicanos los valores de Marta Sahagún y de su militancia en Regnum Christi (organización católica de los controvertidos legionarios de Cristo para hacer apostolado con base en los valores de la Iglesia). ¿A cuál Elba Esther le creemos, a la de 2003 o a la de 2010? En mi opinión, a ninguna, y lo que digo sobre ella lo diría por casi todo mundo; casi, porque hay excepciones.
La pregunta del coloquio también podría haber sido: ¿por qué no creen los que antes sí creían? Y la respuesta, que puede ser muy amplia y profunda en conceptos filosóficos y de otras disciplinas, puede resumirse en que no creemos, si acaso antes creíamos, porque se nos miente en todos lados y porque deliberadamente se nos da información ayuna de solidez y de fuentes confiables.
Las instituciones financieras, tanto internacionales como nacionales, tanto privadas como públicas, nos dicen que la economía está mejorando y cuando salimos de compras para alimentarnos, vestirnos o entretenernos, nos encontramos que semana a semana los productos suben de precio, que las gasolinas también y que, para colmo, ahora no sólo importamos gasolinas sino también petróleo. Nos quitan Luz y Fuerza y automáticamente los recibos de luz de la CFE nos llegan por mucho más del doble de lo que gastábamos en el servicio el año pasado. La educación que brinda el Estado es constitucionalmente gratuita, pero no lo es, ni en la primaria, ni en la secundaria y bachillerato, ni en los estudios superiores (salvo en la UNAM). Se nos ofrecen datos sobre los jóvenes llamados ninis y el rector de la UNAM, con información más precisa y también oficial, nos advierte que la cifra de un cuarto de millón de jóvenes sin empleo y sin escuela es en realidad de más de 7 millones. Como yo salgo a la calle y veo una gran cantidad de jóvenes sin empleo y sin escuela, porque además les pregunto, le creo más a mi amigo José Narro que al gobierno de la República. Unos “especialistas” dan datos sobre mortalidad atribuida a la obesidad o al tabaco, y otros igualmente “especialistas” nos dan diferentes cifras. Para unos los muertos por la ilegal guerra de Calderón son tantos y para otros varios miles más, y así por el estilo en rubros de todo tipo.
De los partidos políticos ya ni vale la pena decir algo, están en el fondo de la credibilidad, y junto con ellos los diputados y los senadores. Lo mejor en la televisión son las películas, y a veces ni éstas. Las noticias sirven para ver a colores las tragedias de aquí y de allá, pero a los locutores hay que sacarles la raíz cuadrada de lo que dicen.
Cientos de miles de mexicanos, tal vez millones, quisieran vivir en otro país, pero en la frontera norte sólo los adinerados se van al otro lado sin el riesgo de que la xenofobia (que no es exclusiva de Arizona) les haga el feo. Los pobres se encuentran con una valla cada vez más alta y vigilada y en su propio país no encuentran trabajo, son ninis sin esperanza y cuando tienen trabajo los empresarios se declaran insolventes y venden a la sagrada familia y socios sus empresas, como Mexicana, y exprimen la paciencia y la vida de sobrecargos y pilotos sin que nadie los defienda pues los sindicatos tampoco son creíbles, si alguna vez lo fueron.
En Cuernavaca el gobierno priísta nos ha dejado sin servicios de recolección de basura; y menciono esto porque alguna vez llamé a votar por Martínez Garrigós y me equivoqué. Me equivoqué porque les creí a algunos amigos que me dijeron que era un joven eficiente. Eficiente era la empresa que recogía la basura, pero le quitaron la concesión dando argumentos que, por supuesto, no creemos.
“¿En qué pueden creer los que no creen?” En nada. Y esto no me regocija; al contrario: me preocupa y me entristece, pues nos dice lo mal que estamos.
Octavio Rodríguez Araujo / La jornada
Todo parece indicar que Felipe Calderón no logra consensos en ningún lado, ni siquiera entre los suyos. Constantemente le corrigen la plana, o se la corrigen entre sí sus propios colaboradores. El resultado es que ya no sabe uno, humilde lector de periódicos, qué es verdad y qué es mentira.
Esto no pasaba antes, digamos hace 30 años, más o menos. Al gobierno no le creíamos nada, ni los censos de población, mucho menos el padrón electoral o las cifras de la inflación o del desempleo. Pero les creíamos a los movimientos sociales y a los grupos ciudadanos incluso en épocas de catástrofes. Ahora tenemos que cruzar información para más o menos darnos una idea de por dónde va la bolita y si apoyamos o no a un cierto grupo o movimiento social. El descrédito cabalga entre todos los mexicanos y ya ni la Iglesia convence con sus argumentos y gritos desaforados de algunos obispos bocones; al contrario, cada vez pierde más creyentes.
La pregunta del coloquio organizado por la UNAM Valores para la sociedad contemporánea, llevado a cabo en Tlatelolco, es altamente significativa y una invitación a la reflexión: “¿En qué pueden creer los que no creen?” Mi apreciada Juliana González lo dijo muy bien: “Se requiere, de manera literal, actualizar el valor de los propios valores y la manera de valorarlos”, y esto, planteado sobre los valores, es igual para la información y el análisis, incluso político. En el mismo día y en el mismo diario (La Jornada) se lee que la señora Elba Esther Gordillo ha convocado a defender la educación laica en las aulas, en tanto que hace siete años ayudó al financiamiento de la Guía para padres de la fundación Vamos México para inculcar en los niños mexicanos los valores de Marta Sahagún y de su militancia en Regnum Christi (organización católica de los controvertidos legionarios de Cristo para hacer apostolado con base en los valores de la Iglesia). ¿A cuál Elba Esther le creemos, a la de 2003 o a la de 2010? En mi opinión, a ninguna, y lo que digo sobre ella lo diría por casi todo mundo; casi, porque hay excepciones.
La pregunta del coloquio también podría haber sido: ¿por qué no creen los que antes sí creían? Y la respuesta, que puede ser muy amplia y profunda en conceptos filosóficos y de otras disciplinas, puede resumirse en que no creemos, si acaso antes creíamos, porque se nos miente en todos lados y porque deliberadamente se nos da información ayuna de solidez y de fuentes confiables.
Las instituciones financieras, tanto internacionales como nacionales, tanto privadas como públicas, nos dicen que la economía está mejorando y cuando salimos de compras para alimentarnos, vestirnos o entretenernos, nos encontramos que semana a semana los productos suben de precio, que las gasolinas también y que, para colmo, ahora no sólo importamos gasolinas sino también petróleo. Nos quitan Luz y Fuerza y automáticamente los recibos de luz de la CFE nos llegan por mucho más del doble de lo que gastábamos en el servicio el año pasado. La educación que brinda el Estado es constitucionalmente gratuita, pero no lo es, ni en la primaria, ni en la secundaria y bachillerato, ni en los estudios superiores (salvo en la UNAM). Se nos ofrecen datos sobre los jóvenes llamados ninis y el rector de la UNAM, con información más precisa y también oficial, nos advierte que la cifra de un cuarto de millón de jóvenes sin empleo y sin escuela es en realidad de más de 7 millones. Como yo salgo a la calle y veo una gran cantidad de jóvenes sin empleo y sin escuela, porque además les pregunto, le creo más a mi amigo José Narro que al gobierno de la República. Unos “especialistas” dan datos sobre mortalidad atribuida a la obesidad o al tabaco, y otros igualmente “especialistas” nos dan diferentes cifras. Para unos los muertos por la ilegal guerra de Calderón son tantos y para otros varios miles más, y así por el estilo en rubros de todo tipo.
De los partidos políticos ya ni vale la pena decir algo, están en el fondo de la credibilidad, y junto con ellos los diputados y los senadores. Lo mejor en la televisión son las películas, y a veces ni éstas. Las noticias sirven para ver a colores las tragedias de aquí y de allá, pero a los locutores hay que sacarles la raíz cuadrada de lo que dicen.
Cientos de miles de mexicanos, tal vez millones, quisieran vivir en otro país, pero en la frontera norte sólo los adinerados se van al otro lado sin el riesgo de que la xenofobia (que no es exclusiva de Arizona) les haga el feo. Los pobres se encuentran con una valla cada vez más alta y vigilada y en su propio país no encuentran trabajo, son ninis sin esperanza y cuando tienen trabajo los empresarios se declaran insolventes y venden a la sagrada familia y socios sus empresas, como Mexicana, y exprimen la paciencia y la vida de sobrecargos y pilotos sin que nadie los defienda pues los sindicatos tampoco son creíbles, si alguna vez lo fueron.
En Cuernavaca el gobierno priísta nos ha dejado sin servicios de recolección de basura; y menciono esto porque alguna vez llamé a votar por Martínez Garrigós y me equivoqué. Me equivoqué porque les creí a algunos amigos que me dijeron que era un joven eficiente. Eficiente era la empresa que recogía la basura, pero le quitaron la concesión dando argumentos que, por supuesto, no creemos.
“¿En qué pueden creer los que no creen?” En nada. Y esto no me regocija; al contrario: me preocupa y me entristece, pues nos dice lo mal que estamos.
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