Brasil: liderazgo y soberanía
Ayer, al asumir la presidencia pro tempore del Mercado Común del Sur (Mercosur) en San Juan, Argentina, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, señaló que Sudamérica es un ejemplo “de cómo el mundo puede vivir en paz, sin armas nucleares, sin guerra, de forma mucho más armónica”, y confió en que durante los seis meses en los que su país estará al frente del organismo la región pueda avanzar en la construcción de un bloque en donde “todos seamos amigos”. Tal aseveración tiene como elemento de contexto insoslayable las tensiones diplomáticas entre Colombia y Venezuela, un punto sobre el que el propio mandatario brasileño abundó al señalar que ambos países “tienen que entenderse, y hacer una relación de costo-beneficio”; indicó que cuanto más pronto se establezca la armonía entre Caracas y Bogotá, “más van a ganar los pueblos” de ambas naciones, y convocó a un acercamiento entre el mandatario venezolano Hugo Chávez y el presidente electo de Colombia, Juan Manuel Santos, a quien pidió “ejercer su mandato y negociar para alcanzar la paz”.
En otro orden de ideas, el mandatario brasileño reiteró su defensa de un diálogo entre el subcontinente e Irán, y se dijo decepcionado por la imposición, por parte de la ONU, de nuevas sanciones contra el gobierno de Teherán, a pesar del acuerdo alcanzado entre éste y los regímenes de Brasil y Turquía: canjear con el segundo de esos países uranio poco enriquecido por porciones de ese metal suficientes para el uso del reactor nuclear iraní. En relación con esto último, el actual presidente del Mercosur puso el dedo en la llaga: “hoy me pregunto si realmente la gente desea la paz o si quiere mantener un clima de inestabilidad que existe para justificar una teoría de Maquiavelo: es necesario dividir para reinar”.
Las declaraciones formuladas ayer por el mandatario brasileño permiten ponderar el peso que ha adquirido su país como un actor cada vez más importante en la diplomacia internacional. En primer lugar, la mediación brasileña en el conflicto entre Caracas y Bogotá constituye, en la hora presente, un elemento doblemente valioso: por un lado, porque al mantener una equidistancia entre ambas partes, el mandatario se presenta como un interlocutor válido y deseable; por el otro, porque al plantear una vía de negociación alternativa a la Organización de Estados Americanos, contribuye a alejar el conflicto de la esfera de dominación geopolítica de Estados Unidos, y lo coloca en un escenario más democrático, igualitario y propicio para la negociación.
Por lo demás, los llamados de Lula a dialogar con Irán y su condena ante el recrudecimiento de las sanciones contra Teherán constituyen indicadores de la independencia que ha ido adquiriendo el subcontinente –salvo los casos de Colombia y Perú– respecto de los designios de Washington y sus aliados. Al mismo tiempo, las declaraciones exhiben un punto de encuentro entre Brasilia y la república islámica, concordancia que no radica en la justificación de procesos armamentistas –como los que Occidente achaca a Teherán–, sino en la necesaria defensa de las soberanías nacionales frente a la hegemonía de los poderes planetarios en los ámbitos económico, político, diplomático y militar.
En suma, ante las posturas expresadas por Lula, es claro que Brasil desempeña, hoy día, un papel lúcido y constructivo en la solución de tensiones en el ámbito diplomático. La condición de interlocutor central y creíble que ha adquirido el gobernante brasileño coloca a su país en la posición de incidir positivamente en conflictos diversos que se desarrollan dentro y fuera del continente, y cabe esperar que lo consiga.
Ayer, al asumir la presidencia pro tempore del Mercado Común del Sur (Mercosur) en San Juan, Argentina, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, señaló que Sudamérica es un ejemplo “de cómo el mundo puede vivir en paz, sin armas nucleares, sin guerra, de forma mucho más armónica”, y confió en que durante los seis meses en los que su país estará al frente del organismo la región pueda avanzar en la construcción de un bloque en donde “todos seamos amigos”. Tal aseveración tiene como elemento de contexto insoslayable las tensiones diplomáticas entre Colombia y Venezuela, un punto sobre el que el propio mandatario brasileño abundó al señalar que ambos países “tienen que entenderse, y hacer una relación de costo-beneficio”; indicó que cuanto más pronto se establezca la armonía entre Caracas y Bogotá, “más van a ganar los pueblos” de ambas naciones, y convocó a un acercamiento entre el mandatario venezolano Hugo Chávez y el presidente electo de Colombia, Juan Manuel Santos, a quien pidió “ejercer su mandato y negociar para alcanzar la paz”.
En otro orden de ideas, el mandatario brasileño reiteró su defensa de un diálogo entre el subcontinente e Irán, y se dijo decepcionado por la imposición, por parte de la ONU, de nuevas sanciones contra el gobierno de Teherán, a pesar del acuerdo alcanzado entre éste y los regímenes de Brasil y Turquía: canjear con el segundo de esos países uranio poco enriquecido por porciones de ese metal suficientes para el uso del reactor nuclear iraní. En relación con esto último, el actual presidente del Mercosur puso el dedo en la llaga: “hoy me pregunto si realmente la gente desea la paz o si quiere mantener un clima de inestabilidad que existe para justificar una teoría de Maquiavelo: es necesario dividir para reinar”.
Las declaraciones formuladas ayer por el mandatario brasileño permiten ponderar el peso que ha adquirido su país como un actor cada vez más importante en la diplomacia internacional. En primer lugar, la mediación brasileña en el conflicto entre Caracas y Bogotá constituye, en la hora presente, un elemento doblemente valioso: por un lado, porque al mantener una equidistancia entre ambas partes, el mandatario se presenta como un interlocutor válido y deseable; por el otro, porque al plantear una vía de negociación alternativa a la Organización de Estados Americanos, contribuye a alejar el conflicto de la esfera de dominación geopolítica de Estados Unidos, y lo coloca en un escenario más democrático, igualitario y propicio para la negociación.
Por lo demás, los llamados de Lula a dialogar con Irán y su condena ante el recrudecimiento de las sanciones contra Teherán constituyen indicadores de la independencia que ha ido adquiriendo el subcontinente –salvo los casos de Colombia y Perú– respecto de los designios de Washington y sus aliados. Al mismo tiempo, las declaraciones exhiben un punto de encuentro entre Brasilia y la república islámica, concordancia que no radica en la justificación de procesos armamentistas –como los que Occidente achaca a Teherán–, sino en la necesaria defensa de las soberanías nacionales frente a la hegemonía de los poderes planetarios en los ámbitos económico, político, diplomático y militar.
En suma, ante las posturas expresadas por Lula, es claro que Brasil desempeña, hoy día, un papel lúcido y constructivo en la solución de tensiones en el ámbito diplomático. La condición de interlocutor central y creíble que ha adquirido el gobernante brasileño coloca a su país en la posición de incidir positivamente en conflictos diversos que se desarrollan dentro y fuera del continente, y cabe esperar que lo consiga.
Editorial: La Jornada
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