Los saqueos de la riqueza pública causan resistencia en todo el mundo
Mónica Hill
febrero de 2010
“¿Cómo es posible vender o comprar el cielo? ¿El calor de la tierra? Nosotros no somos dueños de la frescura del aire ni del chisporroteo del agua”. Con frecuencia se atribuyen estas palabras al jefe Seattle, cuando en 1854 los Estados Unidos en expansión intentaban comprarles tierra a los indígenas duwamish. El sentimiento es auténtico aunque no sean las palabras exactas; los pueblos indígenas saben que la mera idea de privatizar la naturaleza es absurda.
Pero el sistema capitalista se finca en la apropiación de la propiedad comunal. El hurto de la tierra de propiedad comunal hizo posible el surgimiento del capitalismo.
Avancemos hasta el día de hoy: durante los últimos 20 años aproximadamente, los poderosos del capitalismo han logrado una gigantesca transferencia del patrimonio público a los bolsillos privados. ¿Los resultados? Profundos daños al planeta, incremento de la miseria de sus habitantes — y una determinada lucha contestataria en todo el planeta.
El ataque neoliberal. “El liberalismo económico clásico” es el término utilizado para describir el sistema de lucro en sus días juveniles de apogeo. Traducido, esto significa que los barones y ladrones industriales y los banqueros hacían lo que se les venía en gana, sin ningún tipo de regulación. Este modelo resurgió en la década de 1980 como neoliberalismo.
La esencia del neoliberalismo es eliminar todos los límites a lo que pueden hacer las grandes empresas para optimizar sus ganancias; es más o menos sinónimo de lo que se denomina libre comercio. Son las políticas económicas del imperialismo de EEUU en todo el mundo, pero sobre todo en el “patio trasero” del Tío Sam — América Latina y el Caribe.
Para poder recibir préstamos del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, organizaciones económicas dominadas por EEUU, los países se veían forzados a disminuir los servicios públicos, a abrir sus mercados al capital extranjero, y a vender las empresas estatales de energía, transporte y agua a compañías privadas.
Estas medidas han causado un desempleo masivo, sobre todo entre las mujeres y los jóvenes. Las economías de países enteros dependen de lo que los vendedores puedan hacer o encontrar para vender en la calle. Los “libres mercados” han generado recesiones, brutales destrucciones de sindicatos, corrupción gubernamental generalizada, y desesperadas oleadas de emigración.
Pero el neoliberalismo también le ha quitado una enorme tajada a los países más ricos a los cuales huyen los refugiados. El lema de “que el mercado decida” sirve de justificación para los menguantes servicios sociales, el estancamiento de los sueldos y las campañas antisindicales por parte de los empleadores.
La privatización es la clave. Las estrategias fundamentales del neoliberalismo son subcontratar empleos del sector público y vender dependencias del gobierno que producen bienes y proveen servicios. Desde la elección de Ronald Reagan para presidente en 1980, todos los gobiernos de EEUU han privatizado tanto como han podido.
Reagan intentó privatizar el Servicio Postal de EEUU, los trenes Amtrak, el sistema penitenciario federal, y otros. Bush padre subcontrató 9,000 empleos durante la guerra del Golfo Pérsico. Bill Clinton se deshizo de casi 380,000 empleos federales no militares, además de saquear la beneficencia pública.
Bush hijo trató de privatizar la Seguridad Social y logró arrebatarles el derecho a las negociaciones colectivas a los guardias de los aeropuertos y a los trabajadores del Departamento de Justicia y el Departamento de Seguridad Nacional. Bush hijo y Barack Obama han roto todos los récords con el número de mercenarios que han enviado en lugar de soldados a pelear en las guerras de Washington.
Ahora a los directores corporativos se les está haciendo agua la boca con el prospecto de privatizar las escuelas públicas, los hospitales y clínicas de salud mental, las compañías de servicios eléctricos, las nuevas prisiones, y los centros de detención para inmigrantes.
Como es natural, los trabajadores públicos se encuentran en la vanguardia de la lucha contra la privatización. En peligro se encuentran sus empleos y la vida de sus estudiantes, clientes y pacientes.
Las escuelas públicas y universidades son centros de una gran actividad de organización. El otoño pasado, estudiantes, personal y maestros de varias universidades de California denunciaron el incremento en la colegiatura, los despidos de personal y los recesos laborales obligatorios sin paga. La crisis económica y la necesidad de recortes presupuestarios se convirtieron en el pretexto para privatizar el sistema estatal de educación pública, que antaño se tenía en muy buena estima. Cuando 40 manifestantes ocuparon el Wheeler Hall en Berkeley, cientos de simpatizantes impidieron que los policías los reprimieran violentamente.
Los políticos de las grandes ciudades de EEUU están cerrando escuelas en los barrios pobres y están estableciendo escuelas “chárter” privadas. La mayoría carecen de sindicatos, no están reguladas por las leyes estatales, y cuentan con toda libertad para discriminar a los niños pobres e inmigrantes, aquéllos con necesidades educativas especiales, y a los estudiantes de color.
Pero concilios sindicales de base, coaliciones de maestros y de la comunidad, y grupos de izquierda están surgiendo de costa a costa para desafiar a los sumisos u oportunistas líderes sindicales y tomar la ofensiva contra la tendencia abrumadora del gobierno de Obama a crear escuelas “chárter”.
Levantamientos internacionales. En noviembre pasado, después de que el presidente Felipe Calderón despidiera a 45,000 miembros del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) independiente y de que abruptamente privatizara la compañía de servicios eléctricos que suple al centro de México, varios cientos de miles de personas salieron a las calles de la Ciudad de México. Los trabajadores mexicanos tienen un profundo respeto por los valientes líderes del SME, y son conscientes de la fuerza combinada de una gran cantidad de sindicatos y de los grupos de justicia social, las organizaciones indígenas y los partidos de izquierda.
Los trabajadores postales franceses también demostraron una intransigencia similar al hacer huelga en septiembre y noviembre. El presidente Nicolás Sarkozy está eliminando servicios sociales, despidiendo a trabajadores del sector público, y empujando al servicio postal de Francia hacia la privatización. Sesenta y dos sindicatos y organizaciones políticas y sociales han formado el Comité Nacional contra la Privatización Postal (CNPP).
Desde diciembre, 10,000 trabajadores turcos se han opuesto al repentino anuncio gubernamental de sus planes de despedirlos a finales de enero. Los empleados han organizado protestas en Ankara en temperaturas frígidas y en desafío a la brutal represión policial.
Está creciendo un movimiento bien organizado de gente indígena contra la venta de los recursos naturales. En Ecuador, el presidente Rafael Correa está intentando “liberalizar” las leyes de agua y de minas. Con palabras que nos recuerdan a las del jefe Seattle, miles de indígenas de las montañas han cantado con indignación “El agua no se vende; se defiende”.
En Perú, una amplia coalición de pueblos indígenas del Amazonas también ha bloqueado carreteras, ha hecho un llamado a la huelga general y ha adoptado la desobediencia civil para evitar la venta de sus tierras y aguas a las compañías transnacionales de petróleo, minería y energía.
La batalla contra la privatización representa lo que es la esencia del capitalismo: el derecho de unos cuantos a servirse de la riqueza creada por la mayoría. Por esta razón, es una batalla que se puede ganar sólo cuando sea vencido el sistema de lucro. Pero, desde la selva del Amazonas hasta las minas de China, toda lección aprendida y victoria ganada por los trabajadores que se resisten a la privatización es un paso gigantesco hacia la eliminación del capitalismo de una vez y para siempre.
Los lectores pueden encontrar información acerca de actos de solidaridad con algunas de las campañas mencionadas en este artículo en www.socialism.com y www.labourstart.org.
También véase Los mortíferos frutos del neoliberalismo, fragmentos del libro Un hemisferio indivisible: la Revolución Permanente y el Neoliberalismo en América de Guerry Hoddersen.
Mónica Hill
febrero de 2010
“¿Cómo es posible vender o comprar el cielo? ¿El calor de la tierra? Nosotros no somos dueños de la frescura del aire ni del chisporroteo del agua”. Con frecuencia se atribuyen estas palabras al jefe Seattle, cuando en 1854 los Estados Unidos en expansión intentaban comprarles tierra a los indígenas duwamish. El sentimiento es auténtico aunque no sean las palabras exactas; los pueblos indígenas saben que la mera idea de privatizar la naturaleza es absurda.
Pero el sistema capitalista se finca en la apropiación de la propiedad comunal. El hurto de la tierra de propiedad comunal hizo posible el surgimiento del capitalismo.
Avancemos hasta el día de hoy: durante los últimos 20 años aproximadamente, los poderosos del capitalismo han logrado una gigantesca transferencia del patrimonio público a los bolsillos privados. ¿Los resultados? Profundos daños al planeta, incremento de la miseria de sus habitantes — y una determinada lucha contestataria en todo el planeta.
El ataque neoliberal. “El liberalismo económico clásico” es el término utilizado para describir el sistema de lucro en sus días juveniles de apogeo. Traducido, esto significa que los barones y ladrones industriales y los banqueros hacían lo que se les venía en gana, sin ningún tipo de regulación. Este modelo resurgió en la década de 1980 como neoliberalismo.
La esencia del neoliberalismo es eliminar todos los límites a lo que pueden hacer las grandes empresas para optimizar sus ganancias; es más o menos sinónimo de lo que se denomina libre comercio. Son las políticas económicas del imperialismo de EEUU en todo el mundo, pero sobre todo en el “patio trasero” del Tío Sam — América Latina y el Caribe.
Para poder recibir préstamos del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, organizaciones económicas dominadas por EEUU, los países se veían forzados a disminuir los servicios públicos, a abrir sus mercados al capital extranjero, y a vender las empresas estatales de energía, transporte y agua a compañías privadas.
Estas medidas han causado un desempleo masivo, sobre todo entre las mujeres y los jóvenes. Las economías de países enteros dependen de lo que los vendedores puedan hacer o encontrar para vender en la calle. Los “libres mercados” han generado recesiones, brutales destrucciones de sindicatos, corrupción gubernamental generalizada, y desesperadas oleadas de emigración.
Pero el neoliberalismo también le ha quitado una enorme tajada a los países más ricos a los cuales huyen los refugiados. El lema de “que el mercado decida” sirve de justificación para los menguantes servicios sociales, el estancamiento de los sueldos y las campañas antisindicales por parte de los empleadores.
La privatización es la clave. Las estrategias fundamentales del neoliberalismo son subcontratar empleos del sector público y vender dependencias del gobierno que producen bienes y proveen servicios. Desde la elección de Ronald Reagan para presidente en 1980, todos los gobiernos de EEUU han privatizado tanto como han podido.
Reagan intentó privatizar el Servicio Postal de EEUU, los trenes Amtrak, el sistema penitenciario federal, y otros. Bush padre subcontrató 9,000 empleos durante la guerra del Golfo Pérsico. Bill Clinton se deshizo de casi 380,000 empleos federales no militares, además de saquear la beneficencia pública.
Bush hijo trató de privatizar la Seguridad Social y logró arrebatarles el derecho a las negociaciones colectivas a los guardias de los aeropuertos y a los trabajadores del Departamento de Justicia y el Departamento de Seguridad Nacional. Bush hijo y Barack Obama han roto todos los récords con el número de mercenarios que han enviado en lugar de soldados a pelear en las guerras de Washington.
Ahora a los directores corporativos se les está haciendo agua la boca con el prospecto de privatizar las escuelas públicas, los hospitales y clínicas de salud mental, las compañías de servicios eléctricos, las nuevas prisiones, y los centros de detención para inmigrantes.
Como es natural, los trabajadores públicos se encuentran en la vanguardia de la lucha contra la privatización. En peligro se encuentran sus empleos y la vida de sus estudiantes, clientes y pacientes.
Las escuelas públicas y universidades son centros de una gran actividad de organización. El otoño pasado, estudiantes, personal y maestros de varias universidades de California denunciaron el incremento en la colegiatura, los despidos de personal y los recesos laborales obligatorios sin paga. La crisis económica y la necesidad de recortes presupuestarios se convirtieron en el pretexto para privatizar el sistema estatal de educación pública, que antaño se tenía en muy buena estima. Cuando 40 manifestantes ocuparon el Wheeler Hall en Berkeley, cientos de simpatizantes impidieron que los policías los reprimieran violentamente.
Los políticos de las grandes ciudades de EEUU están cerrando escuelas en los barrios pobres y están estableciendo escuelas “chárter” privadas. La mayoría carecen de sindicatos, no están reguladas por las leyes estatales, y cuentan con toda libertad para discriminar a los niños pobres e inmigrantes, aquéllos con necesidades educativas especiales, y a los estudiantes de color.
Pero concilios sindicales de base, coaliciones de maestros y de la comunidad, y grupos de izquierda están surgiendo de costa a costa para desafiar a los sumisos u oportunistas líderes sindicales y tomar la ofensiva contra la tendencia abrumadora del gobierno de Obama a crear escuelas “chárter”.
Levantamientos internacionales. En noviembre pasado, después de que el presidente Felipe Calderón despidiera a 45,000 miembros del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) independiente y de que abruptamente privatizara la compañía de servicios eléctricos que suple al centro de México, varios cientos de miles de personas salieron a las calles de la Ciudad de México. Los trabajadores mexicanos tienen un profundo respeto por los valientes líderes del SME, y son conscientes de la fuerza combinada de una gran cantidad de sindicatos y de los grupos de justicia social, las organizaciones indígenas y los partidos de izquierda.
Los trabajadores postales franceses también demostraron una intransigencia similar al hacer huelga en septiembre y noviembre. El presidente Nicolás Sarkozy está eliminando servicios sociales, despidiendo a trabajadores del sector público, y empujando al servicio postal de Francia hacia la privatización. Sesenta y dos sindicatos y organizaciones políticas y sociales han formado el Comité Nacional contra la Privatización Postal (CNPP).
Desde diciembre, 10,000 trabajadores turcos se han opuesto al repentino anuncio gubernamental de sus planes de despedirlos a finales de enero. Los empleados han organizado protestas en Ankara en temperaturas frígidas y en desafío a la brutal represión policial.
Está creciendo un movimiento bien organizado de gente indígena contra la venta de los recursos naturales. En Ecuador, el presidente Rafael Correa está intentando “liberalizar” las leyes de agua y de minas. Con palabras que nos recuerdan a las del jefe Seattle, miles de indígenas de las montañas han cantado con indignación “El agua no se vende; se defiende”.
En Perú, una amplia coalición de pueblos indígenas del Amazonas también ha bloqueado carreteras, ha hecho un llamado a la huelga general y ha adoptado la desobediencia civil para evitar la venta de sus tierras y aguas a las compañías transnacionales de petróleo, minería y energía.
La batalla contra la privatización representa lo que es la esencia del capitalismo: el derecho de unos cuantos a servirse de la riqueza creada por la mayoría. Por esta razón, es una batalla que se puede ganar sólo cuando sea vencido el sistema de lucro. Pero, desde la selva del Amazonas hasta las minas de China, toda lección aprendida y victoria ganada por los trabajadores que se resisten a la privatización es un paso gigantesco hacia la eliminación del capitalismo de una vez y para siempre.
Los lectores pueden encontrar información acerca de actos de solidaridad con algunas de las campañas mencionadas en este artículo en www.socialism.com y www.labourstart.org.
También véase Los mortíferos frutos del neoliberalismo, fragmentos del libro Un hemisferio indivisible: la Revolución Permanente y el Neoliberalismo en América de Guerry Hoddersen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario