El Centro de Comunicación Social, la mayor obra de José Álvarez Icaza
Medellín 33, refugio de perseguidos, casa donde se fundaron varios frentes de lucha
Blanche Petrich
Periódico La Jornada
Domingo 28 de noviembre de 2010, p. 17
Cuadra y media de distancia de la fuente de las Cibeles, en Medellín 33, detrás de una fachada típica de las casas de la vieja colonia Roma, se labró –hoja por hoja– uno de los archivos históricos más completos sobre las luchas sociales y populares de la segunda mitad del siglo XX mexicano. Huelgas, movilizaciones campesinas, resistencias indígenas, procesos organizativos, pensamiento crítico, testimonios de barbarie y despojo, construcción de la doctrina de la iglesia del pueblo. En registros hemerográficos, recortes periodísticos, documentos originales, volantes de mimeógrafo, trabajos de investigación, textos de reflexión pastoral ecuménica.
Esa es apenas una de las facetas del Centro Nacional de Comunicación Social (Cencos), que fue la obra mayor (pero no la única) del ingeniero José Álvarez Icaza. La casa, adaptada con pequeñas obras de remodelación conforme crecían, década tras década, las funciones y necesidades del centro, siempre estrecha, modesta y sin embargo generosa, fue también refugio de perseguidos, sede donde se fundaron frentes de lucha y casa desde donde se enarboló la causa de los derechos humanos mucho antes de que entrara en uso el término. Sigue siendo.
Por éstas y muchas razones más, a lo largo de todo el viernes pasado, no dejaron de fluir personajes de muchas generaciones, filiaciones y procedencias para aplaudir frente al sencillo féretro de madera y decir en voz alta o sin voz: “Gracias, Pepe”. A pocos meses de cumplir 90 años y después de una larga etapa de enfermedad, Álvarez Icaza había fallecido en las primeras horas del día 26 de noviembre.
Más que velorio, fue una velada larga de recuerdos y memoria que rodearon a su compañera Luz Longoria, a sus 14 hijos, sus 29 nietos y una enorme tribu de parientes.
Estuvieron algunos de sus compañeros de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México, quienes recordaron su activismo estudiantil en esa casa de estudios en los años 40; algunos de los matrimonios católicos que participaron con Álvarez Icaza y su esposa en el proceso que llevó, en plena fiebre anticomunista de la Iglesia, a la fundación de la Confederación de Organizaciones Nacionales y del Movimiento Familiar Cristiano, que a fines de los años 50 surgieron con la consigna de “cristianismo sí, comunismo no”. Parejas veteranas e individuos quienes, como los mismos Álvarez Icaza, transitaron desde esas posiciones conservadoras de los años 50 a la toma de conciencia social, la cercanía con los procesos populares e incluso la ruptura con la jerarquía católica por su cercanía con el poder y su acomodamiento con la impunidad.
El mismo Cencos estuvo marcado por esa historia. Durante la homilía de la ceremonia eucarística que culminó la velada del adiós a Pepe Álvarez Icaza, el jesuita Luis Arriaga Valenzuela, director del Centro de Derechos Humanos Agustín Pro, recordó que en sus años de seminarista se estudiaban, “pero en serio”, los textos que elaboró para el Concilio Vaticano II el matrimonio Álvarez Icaza-Longoria.
Inspirado por Juan XXIII, el concilio nombró como consejeros laicos a 12 personajes de todo el mundo. Sólo dos –Pepe y Luzma– eran pareja.
Del anticomunismo al compromiso con los pobres
Uno de los resultados del concilio fue la línea de fortalecer la presencia de la Iglesia en los medios. Así nació el Cencos en 1964, como un órgano de la Conferencia Episcopal, con sus departamentos de prensa, radio, incluso televisión y teatro. Del seguimiento a la información eclesial gradualmente desplazó su atención a la conflictiva social y fortaleció su acercamiento con los obispos que en esos años de efervescencia iban a dar pie a la teología de la liberación: Sergio Méndez Arceo, Arturo Lona, Samuel Ruiz, Manuel Talamás.
En octubre de 1968, Álvarez Icaza, desde el Cencos, buscó activamente un pronunciamiento de condena por la matanza estudiantil de parte de los obispos mexicanos. Pero la jerarquía optó por apoyar al presidente Gustavo Díaz Ordaz y aplaudir su “mano firme contra los comunistas”. Fue el momento de la ruptura institucional.
A partir de ahí el Cencos navegaría en otras latitudes, comprometido con la defensa de las víctimas de la represión en un momento álgido del autoritarismo presidencial. Los campesinos golpeados por los caciques, las madres de los desaparecidos, los sindicalistas perseguidos por la policía política, las organizaciones proscritas por el régimen de partido único encontraron en Medellín 33 no sólo una plataforma para llegar a los medios de comunicación, sino muchas veces un refugio.
Y a Álvarez Icaza dispuesto a defenderlos incluso a costa de su seguridad. Dos veces, durante el periodo de Luis Echeverría, el Cencos fue ocupado por la policía secreta y sus archivos confiscados.
A mediados de los 70, Álvarez Icaza dio el salto a la política partidista y se unió a su compañero de la Facultad de Ingeniería Heberto Castillo en la construcción del Partido Mexicano de los Trabajadores y posteriormente al Partido de la Revolución Democrática. Más tarde volvió a alejarse de las filas partidistas.
A mediados de los 90, con el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, Álvarez Icaza jugó un papel crucial en el tejido de las redes civiles. Desde el inicio incorporó la estructura del Cencos como especie de antena informativa que recogía desde las comunidades información sobe los procesos sociales y alimentaba a los medios de comunicación. Participó en funciones organizativas que dieron fluidez y sentido social al fenómeno de campamentos, caravanas y visitas nacionales e internacionales a las zonas zapatistas. Sin ser parte orgánica del EZLN gozó de la confianza de los insurgentes, que le asignaron la tarea de enlace con la prensa durante la Convención Nacional de Aguascalientes, en 1995.
Miembros de la Comisión Nacional de Intermediación (Conai), que encabezó en su momento el obispo de San Cristóbal de las Casas Samuel Ruiz, reconocen que su trabajo en esa etapa crítica permitió el desarrollo de una plataforma de ideas aportadas por distintos actores civiles para una “paz con contenidos” que fue de utilidad para sustentar las tareas de la Conai, que siempre tuvieron el encono y la hostilidad del gobierno de Ernesto Zedillo.
Medellín 33, refugio de perseguidos, casa donde se fundaron varios frentes de lucha
Blanche Petrich
Periódico La Jornada
Domingo 28 de noviembre de 2010, p. 17
Cuadra y media de distancia de la fuente de las Cibeles, en Medellín 33, detrás de una fachada típica de las casas de la vieja colonia Roma, se labró –hoja por hoja– uno de los archivos históricos más completos sobre las luchas sociales y populares de la segunda mitad del siglo XX mexicano. Huelgas, movilizaciones campesinas, resistencias indígenas, procesos organizativos, pensamiento crítico, testimonios de barbarie y despojo, construcción de la doctrina de la iglesia del pueblo. En registros hemerográficos, recortes periodísticos, documentos originales, volantes de mimeógrafo, trabajos de investigación, textos de reflexión pastoral ecuménica.
Esa es apenas una de las facetas del Centro Nacional de Comunicación Social (Cencos), que fue la obra mayor (pero no la única) del ingeniero José Álvarez Icaza. La casa, adaptada con pequeñas obras de remodelación conforme crecían, década tras década, las funciones y necesidades del centro, siempre estrecha, modesta y sin embargo generosa, fue también refugio de perseguidos, sede donde se fundaron frentes de lucha y casa desde donde se enarboló la causa de los derechos humanos mucho antes de que entrara en uso el término. Sigue siendo.
Por éstas y muchas razones más, a lo largo de todo el viernes pasado, no dejaron de fluir personajes de muchas generaciones, filiaciones y procedencias para aplaudir frente al sencillo féretro de madera y decir en voz alta o sin voz: “Gracias, Pepe”. A pocos meses de cumplir 90 años y después de una larga etapa de enfermedad, Álvarez Icaza había fallecido en las primeras horas del día 26 de noviembre.
Más que velorio, fue una velada larga de recuerdos y memoria que rodearon a su compañera Luz Longoria, a sus 14 hijos, sus 29 nietos y una enorme tribu de parientes.
Estuvieron algunos de sus compañeros de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México, quienes recordaron su activismo estudiantil en esa casa de estudios en los años 40; algunos de los matrimonios católicos que participaron con Álvarez Icaza y su esposa en el proceso que llevó, en plena fiebre anticomunista de la Iglesia, a la fundación de la Confederación de Organizaciones Nacionales y del Movimiento Familiar Cristiano, que a fines de los años 50 surgieron con la consigna de “cristianismo sí, comunismo no”. Parejas veteranas e individuos quienes, como los mismos Álvarez Icaza, transitaron desde esas posiciones conservadoras de los años 50 a la toma de conciencia social, la cercanía con los procesos populares e incluso la ruptura con la jerarquía católica por su cercanía con el poder y su acomodamiento con la impunidad.
El mismo Cencos estuvo marcado por esa historia. Durante la homilía de la ceremonia eucarística que culminó la velada del adiós a Pepe Álvarez Icaza, el jesuita Luis Arriaga Valenzuela, director del Centro de Derechos Humanos Agustín Pro, recordó que en sus años de seminarista se estudiaban, “pero en serio”, los textos que elaboró para el Concilio Vaticano II el matrimonio Álvarez Icaza-Longoria.
Inspirado por Juan XXIII, el concilio nombró como consejeros laicos a 12 personajes de todo el mundo. Sólo dos –Pepe y Luzma– eran pareja.
Del anticomunismo al compromiso con los pobres
Uno de los resultados del concilio fue la línea de fortalecer la presencia de la Iglesia en los medios. Así nació el Cencos en 1964, como un órgano de la Conferencia Episcopal, con sus departamentos de prensa, radio, incluso televisión y teatro. Del seguimiento a la información eclesial gradualmente desplazó su atención a la conflictiva social y fortaleció su acercamiento con los obispos que en esos años de efervescencia iban a dar pie a la teología de la liberación: Sergio Méndez Arceo, Arturo Lona, Samuel Ruiz, Manuel Talamás.
En octubre de 1968, Álvarez Icaza, desde el Cencos, buscó activamente un pronunciamiento de condena por la matanza estudiantil de parte de los obispos mexicanos. Pero la jerarquía optó por apoyar al presidente Gustavo Díaz Ordaz y aplaudir su “mano firme contra los comunistas”. Fue el momento de la ruptura institucional.
A partir de ahí el Cencos navegaría en otras latitudes, comprometido con la defensa de las víctimas de la represión en un momento álgido del autoritarismo presidencial. Los campesinos golpeados por los caciques, las madres de los desaparecidos, los sindicalistas perseguidos por la policía política, las organizaciones proscritas por el régimen de partido único encontraron en Medellín 33 no sólo una plataforma para llegar a los medios de comunicación, sino muchas veces un refugio.
Y a Álvarez Icaza dispuesto a defenderlos incluso a costa de su seguridad. Dos veces, durante el periodo de Luis Echeverría, el Cencos fue ocupado por la policía secreta y sus archivos confiscados.
A mediados de los 70, Álvarez Icaza dio el salto a la política partidista y se unió a su compañero de la Facultad de Ingeniería Heberto Castillo en la construcción del Partido Mexicano de los Trabajadores y posteriormente al Partido de la Revolución Democrática. Más tarde volvió a alejarse de las filas partidistas.
A mediados de los 90, con el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, Álvarez Icaza jugó un papel crucial en el tejido de las redes civiles. Desde el inicio incorporó la estructura del Cencos como especie de antena informativa que recogía desde las comunidades información sobe los procesos sociales y alimentaba a los medios de comunicación. Participó en funciones organizativas que dieron fluidez y sentido social al fenómeno de campamentos, caravanas y visitas nacionales e internacionales a las zonas zapatistas. Sin ser parte orgánica del EZLN gozó de la confianza de los insurgentes, que le asignaron la tarea de enlace con la prensa durante la Convención Nacional de Aguascalientes, en 1995.
Miembros de la Comisión Nacional de Intermediación (Conai), que encabezó en su momento el obispo de San Cristóbal de las Casas Samuel Ruiz, reconocen que su trabajo en esa etapa crítica permitió el desarrollo de una plataforma de ideas aportadas por distintos actores civiles para una “paz con contenidos” que fue de utilidad para sustentar las tareas de la Conai, que siempre tuvieron el encono y la hostilidad del gobierno de Ernesto Zedillo.
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