¿Fue democrática la elección?
Enrique Dussel*
Que hubo elección nadie
lo puede dudar, pero lo que nos preguntamos es: ¿fue democrática? Y ahí
comienzan las dudas, sobre todo por la significación estrecha y
equivocada de democracia que tienen el IFE y el candidato fabricado por
la televisión.
Pareciera que el acto de la elección de un candidato define la
democracia, olvidando que lo que hace al acto democrático son las
condiciones que ese acto debe cumplir. Es todo lo que antecede, todo lo
que está antes del acto de elección lo que califica al acto de
democrático o antidemocrático. La elección misma no se autocalifica como
democrática por el hecho de haberse ejecutado.
En primer lugar, la democracia es el nombre de un sistema de legitimación (véanse las tesis 8 y 10 de mi obra 20 tesis de política, Siglo
XXI, México, 2006). La legitimación no es la legalidad. Legal es el
acto que cumple la ley. Se puede cumplir la ley sin convicción
subjetiva, por obligación, contra la propia voluntad, hasta con
violencia, y sin embargo el acto acorde objetivamente con la ley es
legal. Por el contrario, un acto se juzga como legítimo si el sujeto que
lo cumple lo cree válido, es decir, si subjetivamente se tiene la
convicción, si se cree que el acto pudo realizarse libre y
equitativamente. La acción es legítima, en nuestro caso una elección de
candidatos, si el futuro votante, la comunidad política, el ciudadano
subjetivamente está convencido de que tuvo iguales condiciones, es
decir, pudo participar simétricamente en los pasos previos a dicha
elección. Si por ejemplo, fue coaccionado (comprando su voto), o fue
obligado (bajo un posible castigo), o fue informado incorrectamente (por
falsas noticias o encuestas distorsionadas que presentaban un ganador
seguro sin serlo), o si durante seis años se presentó a un candidato en
todo su esplendor de mercancía apetecida como noticia cotidiana del
monopolio televisivo (monopolio ya intrínsecamente no democrático como
medio de producción de candidatos, porque no admiten que otros den
informaciones contrarias que darían al televidente la posibilidad de una
información plural, es decir, democrática) y no bajo el rubro de
publicidad político partidaria (lo que impidió a otros candidatos estar
en la pantalla continuamente bajo la limitación de gastos de campaña,
con la complicidad continua del IFE que no invalidaba esa desigualdad en
las condiciones de una campaña anticipada), o si durante esos seis años
se difamó a otro candidato de manera sistemática y también cotidiana,
si acontecieran todos estos hechos no se habría cumplido el requisito de
ser democrático el acto electivo, porque no hubo simetría o igualdad en
las posibilidades de dar a conocer sus programas o a responder
simétrica o equitativamente las críticas que se le hacían continuamente a
los otros candidatos.
En efecto, en la elección del primero de julio se han cumplido todos
esos actos condicionantes que producen en gran parte del electorado la
convicción subjetiva de que no fueron todos los candidatos tratados
simétricamente, con igualdad. El acto que subjetivamente el ciudadano no
considera válido, y que considera que objetiva o institucionalmente se
ha permitido esa desigualdad (en recursos monetarios de campaña, en
tiempos de propaganda, en humillación del pueblo comprando sus votos,
etcétera, etcétera), no es legítimo. Y si la democracia es el sistema de
legitimidad, es decir, que institucionalmente crea objetivamente sus
condiciones de realización, la elección que acaba de realizarse no puede
ser calificada de democrática.
Los que creen que es democrática porque simplemente se ha
cumplido el acto de elección de candidatos tienen un sentido fetichista
de la democracia. Creen que el simple acto de votar torna al acto y al
representante electo de democráticos. Y no es así. El acto es
democrático por sus condiciones de posibilidad, antes de ser puesto como
acto.
Ha habido fraude, es evidente, aun por el hecho de que se repartieron
tarjetas de consumo que llenaron las tiendas para comprar mercancías
ante la noticia de que serían anuladas. Pero lo peor no es que haya
habido fraude con muchos mecanismos diversos y cada vez más
sofisticados; lo peor es que esas campañas organizadas por un partido
triunfante, no legítimas ni democráticas, muestran la corrupción de su
concepción de la política como tal. El viejo PRI desprecia al pueblo al
considerarlo tan ignorante e ingenuo que puede con una limosna (¿qué
son, sino limosnas, migajas, esos pocos pesos, comparados con los robos
que los representantes
legítimosrealizarán en el ejercicio del poder fetichizado, corrompido?) comprar su voluntad obediente. Lo peor es ese desprecio soberbio que le permite usar al pueblo como la imbécil prole que no merece respeto.
Por ello, y ante tantos oprobios que sufre el pueblo, sobre todo el
más pobre, es lícito objetar el resultado, al menos para que no tengan
una conciencia del todo tranquila ante tantos hechos antidemocráticos
que han consciente e institucionalmente orquestado.
¡Hay memoria! El presidente Felipe Calderón ha cosechado en el
estruendoso fracaso de su partido la semilla de su ilegitimidad. ¿No
acontecerá lo mismo con el que se encumbra a la Presidencia debiendo el
aparente
triunfoa la falsa democrática publicidad sistemáticamente programada por el monopolio televisivo? ¿No será nuevamente la gran estatua fastuosa, brillante y potente de metales preciosos y resistentes, pero con pies de barro? Esos pies de barro son la falta de honesta legitimidad, la falta de haber sido elegido de manera democrática auténtica y sincera que crea en adherentes y oponentes la convicción subjetiva de que se ha ganado o perdido justamente. Y en este caso el perdedor puede ser éticamente convocado a trabajar junto al antagonista por una causa común que es la patria. Pero si hay ilegitimidad, toda convocación al mirar hacia adelante y olvidar los agravios de la contienda, son vacías bravuconadas del antiguo PRI, que por su cinismo llenan a los espíritus de rabia o rencor, y no de reconciliación y solidaridad.
* Filósofo
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