Sólo tortillas y chile, la dieta en muchas comunidades de la Montaña: Sarmiento Silva
Resume experto de la UNAM la realidad en la sierra de Guerrero: “total miseria”
Aspecto de Cochoapa, en la Montaña de Guerrero, la zona más pobre de México, según informes del Banco Mundial Foto Jesús Villaseca
Emir Olivares Alonso
Periódico La Jornada
Domingo 20 de febrero de 2011, p. 38
La dieta en muchas comunidades de la Montaña de Guerrero es exclusivamente de tortillas y chile. Los pobladores de esa región no están dispuestos a vender un plato de su escasa comida a los visitantes: “Si lo hago, ¿qué como?”
Así lo explica el investigador Sergio Sarmiento Silva, del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien desde 1993 trabaja en esa zona, una de las más miserables del país, donde muchas comunidades presentan índices de desarrollo humano similares a los países africanos más pobres.
En regiones como Metlatónoc, Malinaltepec, Acatepec y Cochoapa el Grande –el municipio más pobre de México– la gente vive en condiciones infrahumanas.
Las familias tienen que convivir en chozas de menos de dos metros cuadrados, en una esquina está un fogón armado con tres piedras, sobre éste cuelgan bolsas de ixtle, enfrente una serie de petates colocados sobre un piso de tierra, y a un lado unos trastos. Las casas son de bajareque (cañas y tierra); las paredes no defienden del frío de la montaña, pues tienen rendijas.
“Cuando uno describe esto, muchas personas creen que se trata de un país africano. Pero no, esta realidad es de México, de la Montaña de Guerrero”, asegura el investigador universitario.
“No, si le vendo un taco, yo qué como”
La falta de alimento llega a ser tan grande que los pobladores no están dispuestos a compartir su comida. Sarmiento Silva recuerda: “Hace tiempo, unos reporteros se interesaron por ir a la región y me pidieron acompañarlos. Estuvimos en la Montaña varios días y las provisiones se acabaron. Quisimos comprar algo de comer con algunas familias, pero la respuesta fue demoledora: ‘No, si le vendo un taco, yo qué como’”.
Los indígenas de la Montaña sobreviven gracias a la siembra de maíz, que sólo les rinde cuatro meses, cuando se logra la cosecha. Al ser una zona abrupta no hay posibilidades de usar tractor o yunta, por lo que se siembra con coas que para abrir la tierra.
“El resto de los meses tienen que migrar; van a los cañaverales de Morelos, a la ciudad de México, a los campos de Sinaloa y algunos se aventuran a llegar a Estados Unidos o Canadá. La migración es una válvula de escape que les garantiza vivir el resto del año con lo poco que ganan en los campos agrícolas de Sinaloa o con algunas de las remesas de quienes lograron pasar la frontera.”
Sin embargo, la situación de la mayoría no es alentadora: niños y adultos no tienen una buena alimentación. Hay desnutrición y anemia, y mueren de enfermedades prevenibles, como diarrea o gripe.
“Lo más que comen es tortilla y chile; esa es su dieta. En la región se siembran cafetales y toman café o en ocasiones sólo té de monte. Las condiciones de pobreza son tan impresionantes que aprovechan lo que les da la naturaleza y llegan a comer gusanos e insectos.”
Hay que recorrer caminos durante varias horas a bordo de la pasajera –camionetas de redilas en que se transportan– para bajar de la Montaña a Tlapa, el centro económico más importante de la región. Allí, explica el académico, pueden comprar despensa.
Paradójicamente, en años recientes en las comunidades más alejadas se puede encontrar productos como refrescos, pan de caja, comida chatarra y cerveza.
Sarmiento Silva dice que la situación de miseria y exclusión es tal que no hay centros de salud cercanos a las poblaciones y cuando éstos existen carecen de médicos y fármacos. “La gente de plano se muere en el camino hacia el hospital.”
Lamenta que, pese a que existen convocatorias para enviar médicos a la Montaña, con sueldos entre 13 mil y 20 mil pesos mensuales, estos profesionales no quieran trabajar en esos sitios.
Asegura que sí hay dinero y programas asistenciales para la región, sin embargo, no llega a todos, porque se usa más con fines políticos que sociales.
La situación de pobreza es tan grave, que algunos pobladores de la zona han visto una opción en el cultivo de la amapola, de donde obtienen lo que llaman “maíz de bola”. Un kilogramo de éste –afirma el investigador– pueden venderlo entre 15 mil y 20 mil pesos en Acapulco. “Pero esto ha generado mayor presencia del Ejército que, con el pretexto del combate al narcotráfico, comete abusos en las comunidades.”
Otra cruda realidad es la venta de niñas vírgenes de entre 13 y 14 años, por las que se llega a pagar hasta 30 mil pesos. Si bien en la mayoría de estos casos se trata de hombres mayores que compran a la menor porque las quieren como segunda o tercera esposa, de repente algunas llegan a ser víctimas de tratantes de blancas.
Sarmiento Silva subraya que “la realidad de la sierra guerrerense puede sintetizarse en dos palabras: total miseria”. Sostiene que los programas asistencialistas, tanto de la sociedad civil como del gobierno no funcionan aquí. “Para emprender posibles soluciones –indica– en primer lugar se tiene que respetar la autonomía de estas comunidades, aprenderlos a escuchar y no hacer nada que ellos no quieran. Hasta ahora nadie ha respetado su decisión, todo mundo viene y hace lo que quiere en la Montaña, hasta yo con mis investigaciones.”
Resume experto de la UNAM la realidad en la sierra de Guerrero: “total miseria”
Aspecto de Cochoapa, en la Montaña de Guerrero, la zona más pobre de México, según informes del Banco Mundial Foto Jesús Villaseca
Emir Olivares Alonso
Periódico La Jornada
Domingo 20 de febrero de 2011, p. 38
La dieta en muchas comunidades de la Montaña de Guerrero es exclusivamente de tortillas y chile. Los pobladores de esa región no están dispuestos a vender un plato de su escasa comida a los visitantes: “Si lo hago, ¿qué como?”
Así lo explica el investigador Sergio Sarmiento Silva, del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien desde 1993 trabaja en esa zona, una de las más miserables del país, donde muchas comunidades presentan índices de desarrollo humano similares a los países africanos más pobres.
En regiones como Metlatónoc, Malinaltepec, Acatepec y Cochoapa el Grande –el municipio más pobre de México– la gente vive en condiciones infrahumanas.
Las familias tienen que convivir en chozas de menos de dos metros cuadrados, en una esquina está un fogón armado con tres piedras, sobre éste cuelgan bolsas de ixtle, enfrente una serie de petates colocados sobre un piso de tierra, y a un lado unos trastos. Las casas son de bajareque (cañas y tierra); las paredes no defienden del frío de la montaña, pues tienen rendijas.
“Cuando uno describe esto, muchas personas creen que se trata de un país africano. Pero no, esta realidad es de México, de la Montaña de Guerrero”, asegura el investigador universitario.
“No, si le vendo un taco, yo qué como”
La falta de alimento llega a ser tan grande que los pobladores no están dispuestos a compartir su comida. Sarmiento Silva recuerda: “Hace tiempo, unos reporteros se interesaron por ir a la región y me pidieron acompañarlos. Estuvimos en la Montaña varios días y las provisiones se acabaron. Quisimos comprar algo de comer con algunas familias, pero la respuesta fue demoledora: ‘No, si le vendo un taco, yo qué como’”.
Los indígenas de la Montaña sobreviven gracias a la siembra de maíz, que sólo les rinde cuatro meses, cuando se logra la cosecha. Al ser una zona abrupta no hay posibilidades de usar tractor o yunta, por lo que se siembra con coas que para abrir la tierra.
“El resto de los meses tienen que migrar; van a los cañaverales de Morelos, a la ciudad de México, a los campos de Sinaloa y algunos se aventuran a llegar a Estados Unidos o Canadá. La migración es una válvula de escape que les garantiza vivir el resto del año con lo poco que ganan en los campos agrícolas de Sinaloa o con algunas de las remesas de quienes lograron pasar la frontera.”
Sin embargo, la situación de la mayoría no es alentadora: niños y adultos no tienen una buena alimentación. Hay desnutrición y anemia, y mueren de enfermedades prevenibles, como diarrea o gripe.
“Lo más que comen es tortilla y chile; esa es su dieta. En la región se siembran cafetales y toman café o en ocasiones sólo té de monte. Las condiciones de pobreza son tan impresionantes que aprovechan lo que les da la naturaleza y llegan a comer gusanos e insectos.”
Hay que recorrer caminos durante varias horas a bordo de la pasajera –camionetas de redilas en que se transportan– para bajar de la Montaña a Tlapa, el centro económico más importante de la región. Allí, explica el académico, pueden comprar despensa.
Paradójicamente, en años recientes en las comunidades más alejadas se puede encontrar productos como refrescos, pan de caja, comida chatarra y cerveza.
Sarmiento Silva dice que la situación de miseria y exclusión es tal que no hay centros de salud cercanos a las poblaciones y cuando éstos existen carecen de médicos y fármacos. “La gente de plano se muere en el camino hacia el hospital.”
Lamenta que, pese a que existen convocatorias para enviar médicos a la Montaña, con sueldos entre 13 mil y 20 mil pesos mensuales, estos profesionales no quieran trabajar en esos sitios.
Asegura que sí hay dinero y programas asistenciales para la región, sin embargo, no llega a todos, porque se usa más con fines políticos que sociales.
La situación de pobreza es tan grave, que algunos pobladores de la zona han visto una opción en el cultivo de la amapola, de donde obtienen lo que llaman “maíz de bola”. Un kilogramo de éste –afirma el investigador– pueden venderlo entre 15 mil y 20 mil pesos en Acapulco. “Pero esto ha generado mayor presencia del Ejército que, con el pretexto del combate al narcotráfico, comete abusos en las comunidades.”
Otra cruda realidad es la venta de niñas vírgenes de entre 13 y 14 años, por las que se llega a pagar hasta 30 mil pesos. Si bien en la mayoría de estos casos se trata de hombres mayores que compran a la menor porque las quieren como segunda o tercera esposa, de repente algunas llegan a ser víctimas de tratantes de blancas.
Sarmiento Silva subraya que “la realidad de la sierra guerrerense puede sintetizarse en dos palabras: total miseria”. Sostiene que los programas asistencialistas, tanto de la sociedad civil como del gobierno no funcionan aquí. “Para emprender posibles soluciones –indica– en primer lugar se tiene que respetar la autonomía de estas comunidades, aprenderlos a escuchar y no hacer nada que ellos no quieran. Hasta ahora nadie ha respetado su decisión, todo mundo viene y hace lo que quiere en la Montaña, hasta yo con mis investigaciones.”
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